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Desde mi Ventana

La felicidad en lo más simple


Alcanzar la plena felicidad ha sido una preocupación del hombre en la historia. Unos la buscan en la realidad; otros se imaginan sociedades perfectas, sin crímenes, odios y guerras interminables. El escritor Haldous Huxley escribió un libro llamado "Un mundo feliz". ¿Será posible que haya un mundo feliz? me preguntaba en ese entonces. Habían guerrillas en Sudamérica, Asia y África, pero el globo no estaba tan atribulado como actualmente: pobreza extrema, hambruna, contaminación ambiental, terrorismo, pederastia, racismo, latrocinio de Estado y, últimamente, hackers.


El hombre malévolo siempre ha existido, pero ahora ese odio vesánico ha contaminado al colectivo. En fin, existe un mundo caótico y desordenado. Sin embargo, en este teatro de lo absurdo se puede también ser feliz, sin necesidad de poseer la fortuna y la inteligencia de Bill Gates, ser el hombre más guapo, rodeado de mujeres, o el más poderoso como Donald Trump. Las cosas simples también nos hacen feliz.


La felicidad no solo la quieren los ricos, los poderosos, también los desheredados de la fortuna, la clase media empobrecida de América Latina y, en particular de Nicaragua. La felicidad ha sido también una preocupación de los filósofos. Platón decía que la felicidad sólo es posible en el mundo inteligible. La felicidad, agregaba, es esa sensación de plenitud, paz y serenidad que nos llena de alegría interior, y nos permite disfrutar de la vida. Pero parece ser una quimera inalcanzable para la mayoría de la gente.


Muchas personas poseen riqueza, pero no son felices ni tienen tranquilidad interna. Aristóteles sostenía que la felicidad completa se alcanza cuando se posee la intelección de las cosas bellas y divinas; pues la razón es algo divino o, ciertamente, lo más divino que hay en nosotros.


El escritor ruso León Tolstoi, escritor de "La Guerra y la Paz", condensaba la felicidad en saber apreciar lo que tengo y no desear con exceso lo que no tengo. Pero muchos no se conforman con lo que tienen o lo que no tienen. Fedor Dostoievski, "psicólogo de la pluma", pensaba que "debemos amar la vida: más que el sentido de la vida." La felicidad no es la felicidad en sí, sino saber conseguirla.


Pero querido lector volvamos al libro de "Un mundo feliz", del escritor inglés Huxley. Este pintaba en su obra de ficción una sociedad perfecta. Sus habitantes eran programados para ser felices y disfrutar la vida como nunca nadie imaginó. Sin embargo, Huxley escribe que allí no se permitía ni el arte ni la religión. Tampoco se podía amar, la vida solo era divertirse y tener relaciones sexuales sin pretensión de someterse a un hombre o una mujer. Era una sociedad controlada y la idea era matar la individualidad. Eso es aterrador.


Amigo lector, dejemos atrás la ficción, y volvamos a la selvática realidad. Si le dijera a Ud. que existen países que han encontrado la fórmula para ser feliz sin necesidad del dinero y sin soñar vivir en unas de las Torres de Donald Trump o poseer el capital de Carlos Slims o, en nuestra provincia, poseer el dinero de Carlos Pellas o del dueño de Banpro, Ramiro Ortiz.


Mientras en otros lados hay escuelas del terror, en Dinamarca existe un Instituto de Investigación de la Felicidad (HIR). El director ejecutivo de ese centro, Meik Wiking, define ese estilo de vida de bienestar con las cosas pequeñas con la palabra "Hygge". Esa fórmula es bien sencilla: vivir en la calma y calidez de las pequeñas cosas y salirse del consumismo. Wiking recomienda a las personas de otros países imitar ese estilo de vida porque está al alcance de la mayoría en cualquier parte del mundo. Es fácil y barato. Quizás.


Mientras otros países fabrican armas químicas y atómicas como Irán, Corea del Norte, y, por supuestos, los países imperiales, en Dinamarca "investigan las causas y efectos de la felicidad humana y la satisfacción con la propia vida..." Parece imposible, una ficción hecha realidad. A ese estilo de vida le llaman "el arte de crear intimidad, confort del alma y ausencia de molestias, hasta la presencia de cosas reconfortantes o la unión acogedora..." Meik Wiking, dice un periódico, tiene una descripción favorita en ese sentido: "Una taza de cacao a luz de las velas". Sencillo.


Ese método de vida recomienda pasar con los amigos o familiares sentados frente a un fuego con un chocolate caliente. La idea es estar con nuestros amigos o familiares para sentirnos protegidos del mundo. O recomienda una conversación trivial, sobre pequeñas cosas, sin necesidad de esas reuniones altisonantes de cultura. O viajar al mar y disfrutar con los amigos bajo ese sol, las olas y un buen pescado. La felicidad está en las pequeñas cosas.
No es necesario estar en las Bahamas o en Guacalito de la Isla, de los Pellas, Wiking concluye: La verdadera esencia de este estilo de vida es la búsqueda de la felicidad cotidiana, lo que puede compararse con un abrazo". Sugiere también crear un "club de comida" para ver de forma regular a nuestros amigos y familiares. Y estos encuentros se relajarían y compartir los gastos de la cena o el almuerzo.
A mi me parece que esa forma de vida de las personas de Dinamarca es difícil de imitar en nuestros países pobres, donde muchos nacen y mueren pobres. Es un círculo vicioso: Analfabetismo, pobreza, desempleo y violencia. Dinamarca es un país rico, educado y protector de sus ciudadanos, cosa que no sucede en nuestras naciones empobrecidas por los politicastros. En Dinamarca, un ciudadano no sueña con tener un carro, porque todas esas cosas materiales no los deslumbran. Ellos la gozan desde temprana edad. En cambio, en nuestros países, tan cerca de Estados Unidos, todos tienen sueños materiales, sueña con el dinero y prosperar. Ser feliz en el hogar, no es la ilusión de los latinoamericanos. Dinamarca es otro mundo. Y nosotros vivimos en el Tercer Mundo. La clave de ser feliz de Dinamarca por lo visto no cuaja en nuestra provincia.

Por Denis García Salinas

 

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