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DESDE MI VENTANA

Los idiotas de Facebook

 

Por Denis García Salinas/ Desde MI Ventana

 

Cuando Mark Zuckerberg creó la red social Facebook en 2004 como un hobby en la universidad de Harvard, esa página se extendió a varias universidades estadounidenses. En poco tiempo, el Facebook abarcó el mundo. Zuckerberg había inventado un extraño muro que contagiaba a niños, jóvenes y adultos. Hasta hace casi doce años, después de la aparición de esta epidemia llamada Facebook, me atreví abrir mi cuenta. Me resistía a ese instrumento porque pensaba que era un juego de ociosos adolescentes y para jóvenes aburridos y adultos idiotas. Siempre que observaba a un amigo poeta chateando o revisando su Facebook en una reunión de trabajo o en una noche alegre, nos fastidiaba y le increpábamos de su falta de educación.

 

Ahora que me he convertido en un menso más del Facebook cada día me convenzo que el ser humano se alimenta de tonterías. Y lo peor de todo estamos conscientes de nuestro comportamiento estúpido. Lo disfrutamos estólidamente como un adicto al crack. Ya Plinio Suárez, un hombre muy informado, me decía que el Facebook es “una droga”. “Antes de dormir chequeo lo que ha caído en la red”,  me confesó Plinio, quien agregó que Snaspchat superará a Facebook.

 

El mundo de hoy cuenta con varias redes sociales, entre otras, Linkedin, Instragram, Tumblr y Twitter.   Sin embargo, ahora el rey es Facebook,  tan contagioso que, al final, nos transformamos en maniáticos  de ese muro, que aguanta todas las sandeces que colgamos. Los partidarios de esta comunidad de disímiles intereses se caracterizan por esa necia obsesión de creerse bellos, bonitos y hermosos. Equis personas dicen en su Facebook: He añadido una foto nueva o he actualizado mi foto de portada, no importando si es fea, regular, flaca, gorda, trompudo, negro, chele, amarillo o mestizo. Adolescente, joven y mayor. El muro del Facebook se convierte en un espejo público. En una hoguera de vanidades. Hasta muchos hombres adultos se atreven a colgar fotos diciendo que son guapos. Hay una extraña fascinación en cada muro, sobre todo las mujeres están perturbadas por ese espejo virtual maravilloso. Ellas, algunas tan lindas y coquetas, superan las poses de las bellas modelos profesionales extranjeras. Incluso, muchos están arrastrando a sus hijas menores a un submundo coqueto, que ya ha causado que violadores se aprovechen para seducir a niñas y jovencitas. Las madres deberían de evitar inculcarles a esas niñas ese juego de vanidades de los mayorcitos.

 

Los periodistas no se quedan atrás en esta feria de narcisistas. Aprovechan cualquier invitación de una institución gubernamental, entidad privada o un ONG para colgar fotos almorzando o desayunando en un hotel o en un balneario. Todo instante de nuestra vida lo queremos colgar en ese muro. Ya no tenemos vida privada. Nos abrimos como un libro. La comunidad del Facebook conoce ya nuestros gustos por la cerveza, las comidas, los viajes al mar y ahora las peregrinaciones a los volcanes que se han activado en nuestro país. O vamos al malecón Salvador Allende y subimos al avión estacionado frente al lago. Todos los aprovechamos para tomarnos un selfies o una foto colectiva con la apariencia que vamos viajando al extranjero. Otros colocan un plato de comida con variedad de carnes. Otros muestran la parrilla asando carne, pollo o cerdo. Algunos cuelgan una foto mostrándonos unos frijoles parados con  pequeños pescados fritos y trozos de tomates.

 

Toda la comunidad de Facebook sabe dónde estamos, a dónde viajamos y dónde trabajamos. Solo falta que colguemos una foto en el interior de un servicio higiénico. Pero creo que no tarda un atrevido haga lo propio para llamar la atención del público, como  aquellos estudiantes de medicina que se hicieron selfies con cadáveres en una morgue del país.  Muchos ansían el reconocimiento popular. Parece un disparate, pero es la verdad. Estamos desequilibrados por culpa del Facebook. Unas de las poses que le gusta a muchas mujeres es tomarse selfies mostrando el piquito rojo como si quisieran dar un beso a todos aquellos que ven esas fotos. Pero no todo en el Facebook es diversión, disparates e idioteces. Otros, los menos, aprovechan para divulgar sus ideas políticas, para bien o para mal. En su muro se desnudan políticamente y expresan, sin ambages, su desprecio al Gobierno. Otros usan caricaturas y palabras soeces para cuestionar a los políticos o el presidente. El Facebook aguanta muchas cosas, aunque también allí hay censura. La ventaja del Facebook es que cualquiera puede escribir cualquier cosa, sin tener un editor o un censor a su lado como en los medios de comunicación para editarle lo que escriben. Por eso vemos horrores ortográficos y otros escriben sandeces sin pensar las consecuencias.

 

También leemos debates sobre el matrimonio igualitario, unos a favor y otros en contra. Repito en ese muro hay de todos, hay jóvenes que divulgan la defensa del medio ambiente, sus ideas religiosas y su obsesión por la religión. También promueven eventos y explotan sus muros con publicidad. Otros presentan paisajes bellísimos o les gusta darse un baño de cultura, que nunca es malo. Otros cuelgan en su muro de portadas fotografías suyas tomadas hace 30 años. No quieren envejecer. Se parecen al personaje de la novela  El retrato de Dorian Gray, del escritor homosexual Oscar Wilde. Quieren verse eternamente joven. Pero los peores son aquellos que cuelgan fotografías en un hospital, mostrando sus cuitas y sus enfermedades. Recientemente, un periodista apareció en la sala de un hospital, que le valió que la portavoz del Gobierno, Rosario Murillo, según contó él poco después, le ayudara. Pero a la comunidad del Facebook les da lástima. Lo más terrible en un hombre es ser digno de lástima.

 

Y ustedes se preguntarán quién es ese petulante que escribe contra los adoradores del Facebook con tanta antipatía, desprecio y burla; yo respondo: Otro tipo, tan desquiciado como ustedes, que ha caído atrapado en las redes de los idiotas del Facebook. Por lo visto los internautas están en una red de telaraña, imposible de destruir para salir ileso. Cuándo han visto a un bicho sobrevivir cuando cae en una telaraña. Nadie. Es decir, un idiota más de los millones de tontos que pululan por esa red social llamada Facebook. Yo, el narciso como ustedes, coloco en mi muro fotos cuando estoy ora en un balneario, ora en un restaurante libando unas heladitas para sacudirme el stress de la vida, que arrastro como el bicho raro de la metamorfosis de la novela de Franz Kafka. Ni modo, somos los nuevos condenados de la tierra, atados a las nuevas cadenas de las nuevas tecnologías de la información. De veras somos idiotas.

 

 

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