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ANIVERSARIO DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ


García Márquez y el rastro de su

nacimiento a lo largo de su obra


¡Varón! ¡Varón! ¡Ron, que se ahoga!", relampagueó la tía Francisca por el corredor de las begonias florecidas. Su voz angustiada se abrió paso entre el diluvio ensordecedor que caía sobre el techo de la casa. El cordón umbilical enredado en el cuello del recién nacido amenazaba su vida. Las mujeres revolotearon por el caserón con imploraciones a Dios y a la virgen. Cuando lo liberaron del cordón, y en espera de un milagro, no se arriesgaron a que el bebé muriera sin ser bautizado y corrieron a hacerlo con agua bendita. Nadie sabía qué día era, así es que le pusieron Gabriel, por el padre, y José, por el patrono de Aracataca. Era el domingo 6 de marzo de 1927.


Eran las nueve la mañana pasadas como habían anunciado ahogadas, entre el aguacero, las campanas de la iglesia.


Así es como bajo un diluvio que parecía echar el cielo abajo, gritos de mujeres aterradas, nueve campanadas náufragas, sus propios resuellos de recién nacido sin aire, el sabor del ron resucitador y clamores de milagros vino al mundo Gabriel José García Márquez. 87 años, un mes y 11 días vivió el Nobel colombiano tras fallecer el 17 de abril de 2014. Ayer hubiera cumplido 90 años.


Hijo de Luisa Santiaga y Gabriel Eligio, aquel niño nació en casa de sus abuelos maternos Tranquilina Iguarán Cotes y el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía. Con ellos vivió hasta los ocho años. Con ella, tías y demás mujeres de la casa, creció rodeado de historias de ultratumba y con él, su abuelo, pasó la mayor parte del día, lo trataba y le hablaba como a un adulto, iba con él a todas partes y le contaba episodios trágicos del rosario de guerras de Colombia. Nació entre ellos una complicidad secreta que ayudó a crear en la cabeza y el corazón del niño un territorio nuevo entre el mundo real del abuelo y el imaginario de la abuela. Con él nacieron muchas cosas.


En las calles hechas polvo por el sol caribeño y las sombras de la noche de Aracataca jaspeadas de luciérnagas nacieron las principales historias de uno de los escritores más universales del siglo XX. Lo confirmó el propio García Márquez en Vivir para contarla (2002). Unas memorias en las que hay puertas y ventanas para apreciar la maestría de la sublimación de la realidad en ficción en las novelasLa hojarasca (1955), El coronel no tiene quien le escriba (1957), La mala hora (1961), Cien años de soledad (1967), El otoño del patriarca (1975), Crónica de una muerte anunciada (1981), El amor en los tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989), Del amor y otros demonios (1994) y Memorias de mis putas tristes (2004). Su mirada de periodista que funde rigor y relato se lee en grandes reportajes como Relato de un náufrago (1955) o Noticia de un secuestro (1996), mientras sus artículos de prensa, también piezas literarias, están recogidos en Obra periodística completa (1999).


Pero todo ese universo de grandes títulos está desperdigado en sus cuentos. En esos relatos anidan esas historias en su forma y fondo, sobre todo en los primeros, agrupados bajo los títulos Ojos de perro azul(1955), Los funerales de la Mamá grande (1962) y La irresistible y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada (1972). Luego, en 1992, pública Doce cuentos peregrinos. (La obra de García Márquez la edita en España y Sudamérica Literatura Random House, mientras en México.


Noventa años después de aquel nacimiento, más que hablar de su vida y trayectoria este es un recorrido por el rastro que dejaron en su obra literaria las características de su nacimiento: el día domingo, el duelo librado entre la vida y la muerte, los gritos de angustia y peticiones a Dios, la lluvia torrencial y las campanas de iglesia. Hechos reales que reviven en las palabras literarias de Gabriel García Márquez que todo lo pueden.


Nacimiento El espejo literario de su llegada al mundo lo escribió en Cien años de soledad:


"Aureliano, el primer ser humano que nació en Macondo, iba a cumplir seis años en marzo. Era silencioso y retraído. Había llorado en el vientre de su madre y nació con los ojos abiertos. Mientras le cortaban el ombligo movía la cabeza de un lado a otro reconociendo las cosas del cuarto, y examinaba el rostro de la gente con una curiosidad sin asombro. Luego, indiferente a quienes se acercaban a conocerlo, mantuvo la atención concentrada en el techo de palma, que parecía a punto de derrumbarse bajo la tremenda presión de la lluvia. Úrsula no volvió a acordarse de la intensidad de esa mirada hasta un día en que el pequeño Aureliano, a la edad de tres años, entró a la cocina en el momento en que ella retiraba del fogón y ponía en la mesa una olla de caldo hirviendo. El niño, perplejo en la puerta, dijo: 'Se va a caer'. La olla estaba bien puesta en el centro de la mesa, pero tan pronto como el niño hizo el anuncio, inició un movimiento irrevocable hacia el borde, como impulsada por un dinamismo interior, y se despedazó en el suelo. Úrsula, alarmada, le contó el episodio a su marido, pero este lo interpretó como un fenómeno natural". Un muerto vivo En septiembre de hace 70 años García Márquez publicó su primer cuento. Fue en el diario bogotano El Espectador. Un relato que parece capturar la angustia del instante de su nacimiento, bajo el incesante ruido diluvial en que en su ser se debatieron en duelo la vida y la muerte y todos pensaron que no viviría. Lo tituló La tercera resignación:


"Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical, que ya tanto conocía; pero que ahora se le presentaba agudo y doloroso, como si de un día a otro se hubiera desacostumbrado a él. (…) Había sentido ese ruido 'las otras veces', con la misma insistencia. Lo había sentido, por ejemplo, el día en que murió por primera vez. Cuando -ante la vista de un cadáver- se dio cuenta de que era su propio cadáver. Lo miró y se palpó. Se sintió intangible, inespacial, inexistente. (…) Estaba en su ataúd, listo para ser enterrado, y sin embargo, él sabía que no estaba muerto. (…) Hacía tiempo que el médico había dicho a su madre, secamente: -Señora, su niño tiene una enfermedad grave: está muerto. Sin embargo -prosiguió-, haremos todo lo posible por conservarle la vida más allá de la muerte. Pronto empezó a crecer dentro de la caja, de tal manera que cada año podían sacarle un poco de lana a la almohada extrema para darle margen al crecimiento. Había pasado así media vida. Dieciocho años. (Ahora tenía veinticinco)".


 

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