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ARTÍCULOS

EL LAGARTO DORADO DE NEJAPA

Por: Clemente Guido Martínez.

 

Un Lagarto con escamas de oro y plata, se asoleaba en la orilla de aquella laguna de aguas sulfurosas, que en tiempos remotos, los indios Mangües Chorotegas de Managua, habían bautizado con un nombre perdido en la memoria, pero que la nahuatlización que llegó con la conquista española, rebautizó con el nombre de Nejapa.

 

Además de su temible tamaño, con fauces tan grandes para tragarse a un niño de un solo tapazo, el lagarto dorado inspiraba miedo a los indios, por su extraño brillo entre plata y oro, que a la luz de la luna parecía iluminar su entorno.

 

En esa laguna de Nejapa, los Chorotegas no acostumbraron bañarse, solamente la usaron para curar enfermedades de la piel y lavar algunos trapos de algodón con que cubrían sus noblezas...tampoco les fue útil para beber su agua, pues es caliente al paladar, acre, nauseabunda y huele a hidrógeno sulfurado, es bastante espesa y dejándose asentar por algún tiempo, depone un sedimento negro que muda después en un color rojo-oscuro y contiene fierro. Al tacto es jabonosa.

 

Los Chorotegas casi fueron exterminados por la conquista española, pero al misterioso lagarto dorado de Nejapa, nunca pudieron cazarlo.  En el ocaso del siglo XIX, la leyenda del lagarto dorado de Nejapa seguía viva entre los campesinos de Nejapa y como en los tiempos ancestrales, nadie lo había podido capturar, a pesar que ya tenía en su cuenta varias cabezas de ganado vacuno que deambulaba desprevenido por las orillas de la laguna enferma.

 

Los rumores del lagarto dorado de Nejapa, llegaron a oídos del Duque José Aufora de Licignano, Encargado de Negocios y Cónsul General de Su Majestad el Rey de Italia. 

 

“¿Un lagarto de escamas de oro y plata?”- cuestionó incrédulo.
“Eso dicen los indios”, le aclaró
Fernando Guzmán, Presidente
de la República.
“Bien me vendría esa cabeza dorada
en mi colección de caza” –inquirió.
“Bien le vendría”, confirmó Guzmán.

 

Y sin más preámbulos la expedición se organizó para ir a Nejapa el seis de enero del año de mil ochocientos sesenta y ocho. ¡A cazar un lagarto dorado!

 

Al llegar al borde de la laguna, el Duque Aufora sintió náuseas. El mal olor de las aguas estancadas de aquella laguna, invadían sus pulmones e irritaban su estómago, con un nauseabundo tufo de podrido...poco a poco su nariz fue asimilando aquél tufo, para descubrir que realmente se trataba de azufre. Olor que le era familiar por sus largas jornadas de explorador.

 

Por más de cinco horas buscaron infructuosos el trofeo esperado, pero nada vieron. El lagarto dorado no quiso asomar sus narices por entre las aguas. Su majestuosa corpulencia no le estaría ofrecida al cazador Italiano. Su fiereza salvaje, estaba reservada para el miedo de los campesinos vecinos de la Laguna. No apareció.

 

El Duque, desencantado armó viaje de retorno hacia Managua.  Montado en su caballo, observó a distancia un par de aves revoloteando sobre aquellas sucias aguas.

 

“¿Qué van a pescar?”, se dijo.

 

Sin embargo, su acuciosa vista, notó que las aves tenían un brillo aparentemente plateado sobre sus plumajes. Extrañado por lo que había visto, desmontó de su bestia, recogió un poco de agua entre las palmas de sus manos y pudo comprobar que todo lo que aquellas aguas mojaban, quedaba impregnado del característico color dorado-plata.

 

“¡Eso es!, pensó.
Las aguas van dejando capas de azufre sobre las gruesas escamas del lagarto,
Las que al ser heridas por los rayos del sol o de la luna, en el estado de humedad en que se encuentran, aparentan el color del oro y de la plata.
De tal manera que la áspera corteza del lagarto, cubierta de esa lama azufrosa,
Produce la misma ilusión óptica”.                    

 

A esa conclusión llegó el diplomático.  Sin saberlo, era la misma conclusión científica a la que había llegado un Capitán de la Marina Real Inglesa, quien visitó Nejapa tres años antes. El Capitán Bedford Clapperton Trevelyan  Pim, quien había firmado un Contrato para construir las líneas férreas del Ferrocarril, desde Puntamona en el Caribe, hasta Corinto en el Pacífico.  

 

El campesino que le sirvió de guía, lo quedó viendo con intriga. Cruzaron miradas y palabras.

“¿Vos vistes alguna vez al lagarto dorado?”, preguntó el Duque a su guía.
¡Por Dios que sí!...!Fiero el lagarto y cubierto de oro y plata por todos lados!, respondió.
Montado nuevamente sobre su caballo, el Duque no comentó nada. Tras una hora de cabalgata llegaron a Managua.

“¿Y bien?”, preguntó el Presidente Guzmán, acercándose al jinete.
“Bien”, contestó.
“¿Dónde está su trofeo?”, inquirió.
“Al lagarto no lo vimos...el dorado
estaba por todos lados”.
“No entiendo”, dijo el Presidente.
“Pues verá usted, el agua azufrosa crea sobre el lomo del lagarto,
una ilusión óptica, que da tonos
dorados o plateados...
!ese es su lagarto dorado!”,
exclamó triunfante.

 

Y así concluyó aquella historia. Presidente y Diplomático se fueron al gran salón de la Casa Presidencial, a probar un sabroso Café de las Sierras de Managua. Mientras, a lo lejos, en Nejapa...con la luz de la Luna sobre su lomo azufroso, el lagarto dorado reposaba sobre una enorme roca. Sus fauces entreabiertas simulaban una sonrisa maliciosa. 

 

 

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