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OPINIÓN

“Francisco, repara mi iglesia”: el techo se derrumba

 

El Santo de Asís, místico y pobre, comprometido con los pobres y la ecología, de quien el Papa católico (2013) tomó su nombre y el programa que representa, ejemplar renovador cristiano desde el privilegio de la simplicidad, en el pequeño templo de San Damián, frente a la contemplación del crucifijo, oyó una voz en el silencio que le dijo: “Ve Francisco, repara mi iglesia. Ya lo vez: está hecha una ruina”, aquel mensaje, que el joven entendió como el mandato para la reparación física del abandonado local, en realidad se refería a la renovación que necesitaba antes y ahora, la Iglesia, como institución y colectivo de fieles, para volver y permanecer en lo esencial del Evangelio, tal y como el apóstol descalzo comprendió desde su pequeñez.

 

Ahora, retomo aquel mensaje textual que el fundador de la Orden de Frailes Menores (o.f.m.) escuchó, porque lo refiero literalmente al techo que se cae en una de las iglesias más emblemáticas de la Managua actual, a cargo de la misma congregación que fundó hace ocho siglos el autor del Cántico de las Criaturas que llevó en su cuerpo con devoción, las marcas de la Pasión de Cristo, me refiero a la Iglesia de Nuestra Señora de Fátima de la Colonia Centroamérica.

 

El templo por dentro y por fuera, aparenta verse bien, el constante esfuerzo del párroco, la comunidad franciscana y los feligreses, han permitido que se conserve y sea el espacio que acoge cada semana a centenares de personas en la eucaristía diaria y otras ceremonias. Sin embargo, el techo se derrumba, las láminas de asbesto que recubren la superficie externa están vencidas por el tiempo, la intemperie, la humedad y el sol. Su vida útil, hace varios años, caducó. El agua se filtra y destruye el cielo raso; antes, el machimbre que cubría elegante el interior cedió, quizás por falta de mantenimiento, fue carcomido por la polilla, y ya fue sustituido.

 

Detrás, la casa cural, el salón parroquial y el hogar de los frailes, con la misma sencillez con la que fue construido, como consecuencia del mandato del fundador, sin abundancia, con modestia, en la escasez, con las puertas abiertas, para la vida comunitaria.

 

Recuerdo, hace casi cinco décadas, cuando niño, al salir de la escuela y pasar por el callejón contiguo, veía cómo se iba erigiendo el particular edificio de superficie octogonal y solemne elevación piramidal de estructura metálica. Fue auxilió solidario de centenares de personas afectadas por los terremotos de 1968 y 1972, congregó comprometido al “periodismo de catacumbas” durante los años de la censura y la represión, acogió con compasión a muchos afectados por los bombardeos aéreos en los barrios orientales durante la ofensiva final. Predicó la opción preferencial por los pobres…

 

Por aquí pasó, en ocasiones, fray Odorico D´Andrea, hoy Siervo de Dios, cuyos restos incorruptos yacen en San Rafael del Norte donde miles de creyentes llegan a visitarlo, fray Julián Barni, quien fue Obispo de Matagalpa, fray Enrique Herrera, hoy Obispo de Jinotega, y durante más de medio siglo, muchos  sacerdotes y religiosos, hermanos legos, con sus imperfecciones humanas, maestros de la sencillez. Mencionaré en particular  a tres: Bernardino Forniconi, párroco constructor, Mauro Iacomelli, consejero, Miguel Gonfia, primer testigo de las apariciones de Cuapa…

 

¡Más de cincuenta diciembres y mayos, semanas santas: viacrucis y pascuas! Oraciones, cantos, confesiones, dudas y respuestas… ¿Cuántos bautizos, matrimonios, funerales y conmemoraciones que marcan la vida de las personas, las familias y la comunidad, graduaciones y demás eventos han tenido lugar en este espacio común? ¿Cuántas alegrías y duelos? ¿Cuantos silencios han permitido encontrarnos y reconciliarnos? ¿Cuántos momentos nos han devuelto la paz y la serenidad?

 

¿Quién escucha la voz decir: “repara mi iglesia”? Los que no tienen nada, lo poco y hasta las intenciones, serán suficiente. El que tiene algo, que dé lo que pueda. Y los que mucho, quienes tienen más de lo que necesitan para vivir, pueden contribuir por obligación, y ojalá, el techo se repare antes de caerse, antes que concluya el año, y ese amplio espacio que cubre continúe albergándonos a todos, como ha sido siempre, en el camino de la vida que nos toca y de la hermana muerte que puntual nos espera. Paz y Bien.

 

www.franciscobautista.com

Por Francisco Javier Bautista

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