PORTADA
tr>
OTRAS SECCIONES
Ediciones Mayo
Dom Lun Mar Mie Jue Vie Sab
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
Correos Corporativos
ESPECIAL BOLSA UNIVERSITARIA 2014
EDICCION ESPECIAL POLICIA 2014
EDICCION ESPECIAL EJERCITO 2014
EDICCION ESPECIAL

"Rincón de nuestra Historia"

Nicaragua en mis recuerdos

I Parte
Por José Rizo Cartellón

LA CIUDAD

Jinotega fue llamada y con justicia Ciudad de las Brumas, por permanecer en tiempos pasados, cubierta de neblina desde muy tempranas horas de la tarde, hasta muy entrada la mañana.

Cuando era niño, a principios de siglo, en Jinotega existían solamente tres calles rectecitas y lodosas, de un mil cuatrocientas yardas de largo cada una, y catorce avenidas más cortas todavía. Aquí vivían seis mil almas, que comenzaban a circular a las cinco de la mañana, cuando el clarín del cuartel tocaba diana. Mujeres con cántaros en la cabeza o en la cintura, iban y venían acarreando agua para beber, de pozos abiertos a orillas de los ríos que circundan la cuidad. Para otros usos domésticos, se utilizaba agua de pozos, generalmente abiertos en los patios de las casas, cuyo sabor, por razones que ignoro era ligeramente salobre.

A esa temprana hora ya se veían muchachos por las calles; unos arreando vacas que llevaban a casas de sus dueños, donde éstos y vecinos tomaban leche con pinolillo y azúcar, al pie del animal; otros, con platones cubiertos con blancas servilletas, en los que las señoras enviaban a parientes o amigas, el aún humeante nacatamal, las hojaldras, rosquillas y empanadas recién preparadas durante parte de la noche, para ser servidas en el desayuno. Los finqueros se movilizaban muy temprano; había dos puestos de venta de zacate para sus caballos. Como si dijéramos hoy día, dos gasolineras. El primero, era en la casa alemana Münkel Müllery Cía., dueña de un establecimiento de comercio y de la finca más grande del departamento, llamada Las Camelias; el otro puesto era de un nacional, don Margarito Zamora.

Los bosques rodeaban la ciudad, y no era raro ver en las calles a un venado perseguido por los perros; el sol brillaba raras veces y se escuchaba el ronco grito de los congos en la madrugada, así como el triste canto de los pocoyos por las noches.

A las nueve de la noche un clarín daba el toque de queda; a continuación una patrulla conocida como La Ronda, compuesta de un oficial con ocho soldados, recorría las calles y capturaba a algún borrachín trasnochado; a esa hora se escuchaban los silbatos en el cuartel; cada imaginaria tenía el suyo, que pitaba a cortos intervalos y se iban alternando con aquel lúgubre silbido, para mantenerse en estado de alerta.

TRANSMISION EN VIVO CDNN23
ULTIMAS NOTICIAS
NÚMERO DE VISITAS