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Cultural / libros

Enrique Serna: un filibustero contra la cultura

Por César Antonio Molina

Una cruzada contra la cultura, eso es «Genealogía de la soberbia intelectual». En palabras de César Antonio Molina, «un ensayo digno de Hitler, Stalin y Mao. Una justificación de las atrocidades que ellos hicieron con escritores y artistas»

Sólo por satisfacer un complejo de inferioridad cultural se puede escribir un libro tan infame como este. No hay mayor impostura y desvergüenza que escribir una obra en donde todo cuanto se dice no proviene de lecturas de los originales, sino de citas entresacadas de otros ensayos que han sido tergiversados según los fines del autor. Una persona que se expresa de esta manera: despreciativa, violenta, acusadora y amenazadora, es incapaz de haber leído a ninguno de los autores a los que persigue. Los vomita, no los entiende, es incapaz de juzgarlos teóricamente y se pierde en banalidades, anécdotas y disquisiciones ajenas a su verdadera realidad creadora. ¿Cómo hacer una crítica de unos libros que no se han leído? ¿Cómo hacer una crítica de unos autores, según sus propios criterios, impenetrables?
Ya en la contraportada que firma descaradamente el propio «autor», citándose a sí mismo, se refiere a la cultura en general y a las élites culturales nada menos que como terroristas. Para él, desde Egipto hasta nuestros días, gran parte de los filósofos, escritores, pensadores, intelectuales y artistas han sido unos terroristas. Nombres como Platón, Aristóteles, Séneca, Nietzsche, Mallarmé o Valéry, entre otros muchos, han sido verdugos y cómplices del poder. Enrique Serna debería aplicarse aquello que dijo Aristóteles: filosofar para huir de la ignorancia.

De vergüenza ajena

Hegel y Nietzsche están en las más altas cotas de ese genocidio cultural que unas élites prepararon para destruir al resto de la humanidad. Serna, desde la mediocridad de su discurso de odio (una especie de Mein Kampf contra la cultura, en la que los intelectuales serían los judíos), ni siquiera plantea ese absurdo de una supuesta lucha –que en realidad nunca existió, sino que convivió y sufrió a veces semejantes consecuencias– entre la alta cultura y la cultura popular. Lo mezcla todo, lo confunde todo, y pone en las listas de sus buenos y justos a aquellos perseguidos, desplazados o suicidas, como piensa él que fueron Boccaccio, Rousseau, Balzac, Baudelaire, Zola, Poe, Blake, Rimbaud, Nerval, etc.; es decir, unos autores «francamente claros» y «accesibles». Según él, prefirieron asumir el papel de lacras sociales.

Serna califica a las élites culturales nada menos que como «terroristas»

Superioridad cultural, castas antidemocráticas que defendieron el monopolio del conocimiento, gentes dedicadas a crear disciplinas, géneros, ciencias, no para ayudar al hombre a saber y conocer, sino para hacer a unos esclavos de los otros. Autores de libros ininteligibles dedicados a que las masas incultas no tuvieran acceso a ellos. Provocadores de la ignorancia, cómplices del poder religioso y político, encargados de oscurecer más aún los lenguajes cifrados, monopolizadores de la escritura.Las referencias que el tal Enrique Serna hace del mundo antiguo y de los autores clásicos son de vergüenza ajena.

Los comentarios sobre alguno de los diálogos de Platón, sacados de fragmentos citados por otros autores perfectamente localizables, reflejan una incultura generalizada y una incapacidad de interpretación debida a su enajenación mental, producida por el afán de ver, en todo cuanto lee, pistas para perseguir a quienes detesta. El comentario sobre el Fedro de Platón y sobre el asunto de la oralidad y la escritura es digno de pasar a los anales del vilipendio. Lo mismo sucede cuando se refiere a Aristóteles y Séneca; apenas habla de Cicerón u Horacio. Desconoce la Historia, la terminología filosófica, la mitología; da palos de ciego en torno a su propia ignorancia, para la que no tiene límites.

Según este «autor»

De Séneca dice verdaderas estupideces (página 127), llegándolo a comparar con los intelectuales pro-nazis. Pero qué se puede esperar de alguien que escribe lo siguiente: «Los romanos eran un pueblo guerrero que desconfiaba de la inteligencia, y por lo mismo, trataba de sobajarla». Así, no crearon el derecho, la arquitectura, las artes y las ciencias, etc. Dado que Sócrates se suicidó, según él, acosado por la propia inteligencia griega y no por el poder político, es el único al que tiene cierto respeto. El mundo clásico grecorromano, la Edad Media y, durante el resto de los siglos, toda la cultura indujo al analfabetismo.

A Flaubert lo califica de reaccionario. Masacra a Paul Valéry

Según este «autor» (del que en su bibliografía no figura título académico alguno, afortunadamente), las élites culturales fueron fanáticas y sectarias y, en vez de sufrir al poder, lo ejercieron, excepto reformistas como Lutero o Calvino, que, por ejemplo, no se cargaron a gentes como Servet. La cultura, a lo largo de los siglos, según este libelo tan edificante, se dedicó a ir contra el hombre humilde, pues «los eruditos no obtienen demasiado prestigio cuando estudian obras sencillas que cualquiera puede entender».
La erudición, según este «autor», ha sido algo estéril, no hace falta leer, el latín (origen de tantas lenguas, incluso en la que él escribe, probablemente sin saberlo) fue una lengua de opresión, los intelectuales impusieron una dictadura del gusto y, finalmente, se alza contra todos los movimientos y novedades estéticas y estilos a lo largo del tiempo. Evidentemente las universidades, como vendedoras de monopolios de títulos, tampoco quedan bien paradas.

Titiritero de la incultura

Los ataques contra Nietzsche muestran su ignorancia filosófica. Hay libros como este que no sólo son capaces de insultar a la inteligencia, sino, sobre todo, a la ignorancia enrojecida de sí misma. Pero es quizá Mallarmé, del que no se hace la más mínima reflexión teórica, quien recibe los ataques más furibundos de este filibustero de la cultura.

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