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La mala Hora de Macondo: Gabo, murió un Día Santo

Por Denis García Salinas/ Desde Mi Ventana

Macondo, el mundo mágico creado por Gabriel García Márquez, tuvo también su mala hora. El autor latinoamericano más leído de la tierra, murió, extrañamente, un Jueves Santos, lejos de su natal Aracataca.  La noticia, que llenó las seis columnas de la prensa mundial, se produjo cuando las tripas de la geografía nicaragüense se retorcían de dolor. Nuestra cálida tierra se sacudió enloquecida por dos terremotos y un enjambre de sismos que causaron el pánico nacional.  El periodista y novelista cerró los ojos el jueves Santos, 17 de abril, a los 87 años de edad,  en el frío Distrito Federal de México, cuyos inviernos les escarchaban sus arcaicos huesos. Años atrás, después de haber viajado por el mundo,  y vivir por siete años en Barcelona,  Gabo decidió establecer su residencia en la contaminada capital mexicana.  Antes de decir adiós, el creador del realismo mágico latinoamericano ya había guardado definitivamente su ordenador. Su fuente fantástica literaria se había agotado. Estaba demasiado enfermo. Su obra maestra Cien años de soledad entró al parnaso de la literatura mundial.

Cuando la noticia de su deceso se hizo pública el Gobierno de Managua deploró de inmediato su muerte. El 19 Digital publicó una edición del libro Cien Años de Soledad con la rúbrica del Premio Nobel de Literatura, obsequiada al Presidente Daniel Ortega. La dedicatoria decía: "Para Daniel Ortega, del Sandinista errante". Gabo, como se le conoce mundialmente, supo de la existencia de nuestro país por la lucha revolucionaria sandinista. Después del asalto al Palacio en 1978 por guerrilleros sandinistas, la acción acaparó los titulares de la prensa mundial. Pero fue hasta que Gabriel García Márquez escribiera ese gran reportaje  sobre la irrupción al congreso somocista, que Nicaragua se convirtió en el epicentro de una revolución.

Poco después del triunfo de la revolución, el escritor colombiano visitó Nicaragua, que salía de un doloroso parto prematuro.  Él siempre aparecía junto a los comandantes sandinistas, entre ellos Daniel Ortega,  y los principales escritores nicaragüenses Sergio Ramírez y Ernesto Cardenal, entonces el más conocido en el firmamento literario. Otros grandes escritores Julio Cortázar y el indú Salma Rusdie, condenado a muerte por escribir  el libro Versos Satánicos, escribieron sendos libros sobre la revolución Sandinista. Pero los escritos de Gabo son los más conocidos en el planeta. En esos tiempos los revolucionarios vivían su efímera luna de miel. Nadie sospechaba, en el horizonte, el colapso del proceso que alucinó a miles de jóvenes e intelectuales del mundo del siglo XX. Y Gabo, escritor de izquierda,  cayó también deslumbrado por ese relámpago que iluminó al país, pero que después, en 1990, se apagó inevitablemente como una chispa en un agujero negro en el espacio infinito.

Gabo siempre se consideró periodista y como tal influyó a muchos reporteros del mundo. Él decía que el periodismo "era el mejor oficio del mundo". Los periodistas trataron de imitar ese estilo inigualable de Gabo. Observando el estilo de Gabo  se podría afirmar que él absorbió la forma estilística del escritor mexicano Juan Rulfo con sus libros Pedro Páramo y El Llano en llamas, dos obras magistrales de la literatura latinoamericana. Un amigo suyo le recomendó leer esas dos obras si quería aprender a escribir.

Yo leí a Gabriel García Márquez cuando estaba viviendo transitoriamente en Panamá. Allí tuve la oportunidad de leer Cien años de Soledad, su obra cumbre. Pero extrañamente fueron sus grandes reportajes que me deslumbraron: Relato de un náufrago, una joya del periodismo. No sé por qué ese relato siempre lo tenía presente cuando iba a las playas del Pacífico. Recordaba la historia de Gabo sobre  el colombiano que  cayó al mar cuando se produjo una tormenta en un océano encolerizado. El náufrago Luis Alejandro Velasco pasó diez días a la deriva en una balsa sin comer ni beber. Ese portentoso relato fue publicado por entrega en el periódico El Espectador de Bogotá en aquella época.

Magistralmente, Gabo te hace sentir la inmensidad del mar con sus alimañas en su vientre,  la amarga soledad, la negrura de la noche, los tiburones enseñando su mortífera aleta y el firmamento con sus estrellas colgadas como faroles.  Gabo pinta la desesperación del náufrago solitario y sobreviviendo los embates de la irascible masa de agua y el sol de justicia. En 28 de febrero de 1955 se conoció la noticia de que ocho miembros de la tripulación de un destructor de la marina de guerra de Colombia habían caído al mar. Sólo Velasco sobrevivió. El Gobierno, preocupado por las denuncias del náufrago sobre la mercancía de contrabando que llevaba, empezó una campaña en contra del periódico y contra el marinero que  pasó de héroe a un personaje aborrecido y olvidado. "Nadie volvió a saber nada del náufrago solitario, hasta hace unos pocos meses en que un periodista extraviado lo encontró detrás de un escritorio en una  empresa de autobuses," contó Márquez en su prólogo. "Mientras yo (Gabo) iniciaba en Paris este exilio errante y un poco nostálgico que tanto se parece también a una balsa a la deriva…"

Después leí sus crónicas sobre los países socialistas. Él cuenta a su amigo de viaje que una noche que estaba en la entonces Alemania del Este tuvo un sueño: "la desaparición del socialismo".  Aunque él salió desencantado de los países comunistas, Gabo se prendó de la revolución cubana y estrechó amistad con Fidel Castro. Una simpatía que se la llevó a la tumba. Así lo hizo con Nicaragua y después con la Venezuela de Hugo Chávez.  

A cualquier estudiante de periodismo le recomendaría leer el librito "Cuando era feliz e indocumentado" para aprender el estilo periodístico novelado. Este título, tan  utilizado por muchos reporteros, contiene una serie de reportajes, entre ellos El año más famoso del Mundo, la Generación de los perseguidos y Caracas sin agua, ésta última una historia fantástica contada por Gabo cuando Caracas se quedó sedienta el seis de junio de 1958. García Márquez cuenta el drama de Caracas a través del personaje alemán Samuel Burkart, que no tiene agua ni siquiera para afeitarse diariamente o lavarse la boca. Burkart había presenciado, cuenta Gabo, la revolución popular contra Pérez Jiménez,  cinco meses antes de estallar la tragedia por la falta de agua en Caracas. Sin equivocarme podría afirmar que nadie, como Gabo, le ha dado vida a simples historias que cualquier periodista solo le dedicaría una noticia de tres párrafos. Él amó el periodismo con tanta intensidad que, en una oportunidad, afirmó: "Siempre me he considerado un periodista por encima de todo". Y así era.

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