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DESDE MI VENTANA

El público en el espejo

 

El público tiene varias acepciones. Sin embargo, reduciré ese concepto al significado de conjunto de espectadores. En latín la  raíz publicus- significa el pueblo— adquiere otra connotación a partir de la invención de la imprenta en el siglo XV. No voy a complicarle a nuestro querido lector de los distintos significados sociológicos de esa palabra.  Ni me preocuparé por citar a Lebon, Lippmann, Charles Wrigh Mills, que contrapuso la noción clásica de público a la de masas, ni a Ortega y Gasset que habló de la rebelión de las masas. Tampoco a los revolucionarios que pretendían acabar con los empresarios, los curas, los políticos y sepultar la propiedad privada, la iglesia y los gobiernos.

 

A través de la historia, el público ha sido un trágico espectador. Al público se le mantenía contento con pan y circo. Veamos el imperio romano. El pueblo llenaba los coliseos para presenciar cómo los luchadores se enfrentaban hasta la muerte, blandiendo sus espadas ensangrentadas o enfrentando fieras. En otros casos, los cristianos eran arrojados a los leones para ser devorados, mientras el pueblo enardecido saboreaba ese agónico momento.  Actualmente, el público siente algo semejante con las brutales peleas de artes marciales mixtas. Entre ese  bruto público estoy yo. Las arenas de España y México tienen algo en común: Las corridas de toros. Desde las gradas, miré cómo el público mexicano, diverso, disfrutaba cuando el torero ensartaba la espada en el lomo de la bestia, que caía vencido sobre la arena.

 

El escritor Mariano José de Larra (1809-1837) definió al público como “ilustrado, indulgente, imparcial y respetable”. Él decía que el público gusta de comer y beber mal, una verdad del tamaño de la catedral, y algunos aborrecen el aseo. Además, el público tiene gustos caprichosos. Y no sólo eso, es engreído, le gusta hablar de lo que no entiende. Ese público le gusta jugar en los billares, “empujando las bolas”...”me parece el más tonto”, decía De Larra.

 

Entre ese público hay personas que se creen los grandes analistas de la realidad social de su tiempo y dan sus opiniones como si emitieran sus oráculos sin apelación. Los periodistas no nos quedamos atrás de la crítica De Larra. “El periodista presume que el público está reducido a sus suscriptores”.  Ese público también es indiferente, cruel, implacable, juez, fiscal y jurado. Ese público, culto e ignorante, no le importa lo que haga el poder. Actualmente en Manila, Filipina, el dictador Rodrigo Duterte prometió diezmar a  los drogadictos y narcotraficantes, tal como lo hizo Hitler contra los judíos. De Barack Obama dijo vulgarmente que es “hijo de una prostituta”.

 

Lo peor vino después: Duterte bromeó con la desgracia de una misionera australiana, que había sido violada y asesinada. Ella era tan hermosa que “él debió de haber sido el primero en violarla”. El público calló y más bien se rió de la broma de su presidente. Dicen que el 80% de la población de Filipina lo apoya. Tampoco le teme al Tribunal Penal Internacional de La Haya que lo ha amenazado con investigarlo criminalmente. Los públicos son iguales tanto en países subdesarrollados como ricos.

 

Estados Unidos es un país rico y atrae como un imán a personas de distintas clases sociales del mundo en pos del sueño americano. EE.UU tiene genios en la NASA, hombres inteligentes en los negocios y allí se producen, a diario, riqueza envidiable. Ellos se creen el mejor país del mundo con una democracia floreciente. Pero allí, donde existe la riqueza, hay 30 millones de adultos que no saben leer ni escribir.  Increíble. No lo digo yo, lo dice el periódico The New York Times, una biblia del periodismo estadounidense.

 

Y ese público, compuestos por analfabetas, racistas y defensores de las armas, apuesta por el candidato republicano Donald Trump, un rubio acosador de mujeres y enemigo de los mexicanos y musulmanes porque, a su juicio, llegan a Estados Unidos a robar, violar y a difundir el terrorismo. Trump olvida que los asesinos en serie y tiradores solitarios son anglosajones. Trump tiene su público y están dispuestos a votar por él contra la candidata demócrata Hillary Clinton, que encabeza las encuestas de opinión cuando faltan pocos días para los comicios en ese país. Clinton, más razonable y preparada, vapuleó a Trump en los tres debates escenificados en la televisión nacional. Ese público consciente, votará por Clinton.

 

Y ese Trump llegó en agosto a México, invitado por el presidente mexicano Enrique Peña Nieto. Y llegó en mal momento. Semanas antes, Trump insultó a los mexicanos. Incluso dijo que construiría un muro para impedir el paso a los narcotraficantes mexicanos y migrantes. Y esa muralla la construiría con dinero de los propios mexicanos. Cuando estuvo frente a Nieto, éste no le reclamó fuertemente como debía y más bien se mostró  pusilánime ante el arrogante Trump, que llegó a su propia casa a desafiarle. Tampoco los partidos políticos mexicanos convocaron a marchas para denostar contra el advenedizo candidato republicano.

 

El público, tanto ignorante como ilustrado, calló. Tampoco se manifestó en la calle para pedir la expulsión del candidato ofensivo. Incluso el tal Comandante Marcos con sus huestes guerrilleras guardó silencio en su paradisíaco lugar de las montañas de Lacondona. México dejó ser aquel país insurgente y valiente. Hoy está en manos de corruptos, asesinos y jefes de carteles de drogas, así como de una policía corrupta que enseña a sus subordinados a como robar y asesinar, según han publicado en los periódicos y en Facebook. El público tampoco dice nada sobre dos gobernadores prófugos, acusados de malversar fondos públicos.

 

Pero mejor aterricemos en nuestra provincia, que ha mejorado su fisonomía descuartizada por el terremoto de 1972. Ahora se ven edificios verticales, puentes a desniveles y árboles metálicos que alumbran por las noches. Turistas cheles deambulando por la geografía del país.  Aquí tenemos también nuestro indiferente público. El país está a las puertas de unas elecciones y no se observa el calor electoral. En las calles solo se ve a la muchedumbre solitaria que busca cómo sobrevivir  sin importarles quién ganará las elecciones presidenciales. También nosotros tenemos el público que merecemos.

Por Denis García Salinas

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