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El estigma Alemán

Por Denis García Salinas/Desde Mi Ventana


Cuando la selección alemana venció al onceno argentino en la Copa Mundial de Fútbol en Brasil, América Latina calló y no celebró tan entusiastamente esa victoria, conseguida apretadamente. Pero hubo un puñado de fanáticos aquí, allá y acullá que la festejaron. En Alemania, por supuesto, se despertó ese soterrado sentimiento de superioridad racial. Las fotografías de los diarios mostraban a cinco de ellos, entre los que se encontraba el entrenador Joachim Löw, caminando agachados, con la cabeza a la altura de las rodillas, y cantando una canción infantil con un estribillo que decía: "Así andan los gauchos". Y después salían los alemanes erguidos y embriagados de su triunfo en Brasil. Afortunadamente, al día siguiente, un periódico alemán criticó la burla de sus coterráneos contra los argentinos. Ese aire de superioridad germano asusta y molesta al mundo. Trae malos recuerdos, que aún hoy nadie olvida.

En la final de la Copa del Mundo ví una mayoría de nicaragüenses que apoyaba a la albiceleste, aunque también sobresalían los fanáticos de la maquinaria germana. Antes de la final de la Copa Mundial le preguntaba a compañeros (as) y amigos (as) por qué no apoyaban a la selección de la Mannschaft. Nadie ocultó su antipatía por los alemanes.  Yo les insistía que ese equipo era bueno y fuerte, pero hasta muchachas de 24 y 30 años me respondían que los alemanes no los soportaban. Les hice ver que el mundo ha cambiado y muchos alemanes son personas simpáticas e incluso solidarias con las luchas de los pueblos oprimidos. "No sé por qué, pero no me gustan los alemanes", me dijo una periodista, de 24 años.

Traté de  reflexionar e indagar en la historia para comprender ese desprecio a los alemanes. Lo primero que se me viene a la mente es la barbarie perpetrada por Adolfo Hitler y sus soldados de la Wehrmacht, surgida en 1935 tras la disolución de la Reichswehr por el régimen nacional socialista (nazismo). Hitler, que asumió el poder en 1930,  arrastró a una gran parte del mundo a la Segunda Guerra Mundial. Hitler se aprovechó de la humillación sufrida por Alemania con la firma del armisticio, conocido como el Tratado de Versalles. Y a eso, se añadió la grave crisis mundial del "Jueves Negros" en 1929. Las empresas quebraban y los obreros eran lanzados a la desocupación. Eso engendraba malestar. Las calles hervían de sedición de la izquierda y la derecha. Después cuando Hitler dirige la guerra para aplastar a los judíos y  bolcheviques,  sus tropas invaden Europa y crean los aterradores campamentos de concentración. Sin duda,  esa ominosa historia que cargan en sus espaldas los alemanes, les sigue como una maldición en pleno Siglo XXI.

No hay duda que la poderosa Alemania de hoy, que tiene prohibido rearmarse militarmente, no es la misma de la década del 30 cuando Hitler en su libro MeinKampf acentuaba la determinación biológica como factor decisivo en la definición de las labores del trabajo e identificaba al hombre ario (alemán) como el "creador, viril y guerrero". Hitler, que desató la guerra con su teoría conspirativa contra los judíos y los comunistas, quería imponer un sistema de casta, a pesar que él no era el reflejo de ese hombre rubio, alto y fuerte. A más de 70 años de ese holocausto, es increíble observar, en los estadios de fútbol en pleno Siglo XXI, a cabezas rapadas españoles, italianos, ingleses y alemanes, levantando el brazo derecho hacia arriba, idéntico al saludo de los nazis. Otros vilipendiando a los futbolistas de color y los peores utilizando la bandera y la esvástica del nazismo. Esa imagen con forma de cruz con los brazos doblados la tomó Hitler de la India, donde en sánscrito svastika significa "Buena fortuna" y "Bienestar". En cambio, Hitler tergiversó el sentido por la "lucha por la victoria del hombre ario".

La historia se empecina en ser cíclica. En Francia Marine Le Pen, radical de derecha, asciende vertiginosamente, igualmente en Reino Unido, en Alemania el filonazi NPD llega al parlamento, en Austria, Grecia, Hungría, Dinamarca y Holanda avanza también  la ultraderecha. Recientemente leía en un diario que en Dortmund, una ciudad alemana de 600 mil habitantes y antiguo centro del carbón y del acero en la región industrial del Ruhr, el rápido ascenso político de un neonazi. Algunos partidos nazis han sido prohibidos en Alemania, pero hay otros de clara orientación neonazis, que gritan: Afuera extranjeros. Viva la raza aria, al igual que lo hizo un día Hitler, que despreciaba a las llamadas razas inferiores. Sin embargo, bastar leer los diarios o navegar en Internet para observar con espanto cómo hombres que se proclaman nazis ocupan escaños en parlamentos. Siegfried Borchardt un típico alemán, fortachón tiene un tatuaje que lo expresa todo: "Germania".

Y este hombre corpulento,  asumió un escaño en el concejo municipal de 94 miembros. Eso deja muy claro que el nazismo no ha muerto.  La temible esvástica  de Hitler ha renacido en paredes de edificios. No todos los nazis murieron o fueron encarcelados. Muchos se refugiaron en Argentina, Brasil, Paraguay e incluso en los mismos Estados Unidos, que les abrió las puertas de par en par.  Quizás por todo este aterrador antecedente es que muchos no simpatizan con Alemania. Y el cuadro lo completa Hollywood, con su fábrica de celuloide. EEUU se encargó también de llenarnos de odio contra esa raza germana con sus películas en la que el sargento John Whyne llega a Europa a salvar la democracia contra el nazismo y fascismo.

A pesar de todo eso, me niego a creer que los alemanes guardan en su interior esa alma criminal nazi. Incluso muchos alemanes ayudaron a judíos a huir de los campamentos de concentración y lucharon a la par con los comunistas rusos, franceses y europeos para liberar a Alemania del sórdido nacionalsocialismo. Esa guerra contra Alemania, la aprovechó en Nicaragua, la dictadura de Somoza que confiscó propiedades de alemanes radicados en nuestro país. Alemania no es Hitler ni el fascismo. Aunque en los estadios europeos los hinchas fascistas han empezado a levantar la mano en alto al igual que los hitlerianos, esos pueblos no quieren por ningún motivo el renacer de ese engendro del mal.

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