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EDICCION ESPECIAL POLICIA 2013
EDICCION ESPECIAL EJERCITO 2013

¿Señales aciagas?

Por Denis García Salinas/ Desde Mi Ventana

La Naturaleza pareciera que actuara con leyes. Allí nada obedece por contingencia o por accidente. Y cuando va ocurrir algo inesperado siempre hay señales. Los religiosos aseguran que esas desgracias están manifiestas en la Biblia. Son las profecías bíblicas. En cambio, los expertos tratan de explicar esos eventos de manera científica y sin culpar la implacable ira de Dios.

En estos momentos muchos que han olvidado a Dios lo invocan. La gente de a pie y, sobre todo, los campesinos siempre creen que cuando va a suceder una desgracia de la Naturaleza, se suscitan ciertas advertencias. Los hechos, tan porfiados e incuestionables, demostraron cuanta verdad encierra la creencia popular. Aquella aciaga noche del 23 de diciembre de 1972, que acabó con nuestra bucólica Managua, hubo ciertas señalas de la Naturaleza. Antes del cataclismo se produjo una sequía y la atmósfera se calentó terriblemente. El calor era infernal. Parecía que los managuas habían descendido al mismísimo averno. Todos se quejaban del calor desértico que los oprimía. Los que padecían de la presión temían un fatal desenlace. En aquella época los periodistas y escritores escribían que las hojas de los árboles estaban quietas, casi muertas. Parecía que los árboles habían entrado en coma. No había señales de vida. Eso nos advertía de que algo siniestra se avecinaba.

Antes de ser asesinado Pedro Joaquín Chamorro por pistoleros a sueldos del régimen de Somoza escribió un librito llamado Richter 7. El entonces director de La Prensa decía que "algunos dijeron haber escuchado un retumbo hueco debajo de la tierra. Otros hablaron de señales luminosas en el cielo, como una vía de fuego abierta de norte a sur, y no faltaron quienes vieron la lucha roja desde tempranas horas de la noche, pero la verdad es que cuando sobrevino la tremenda sacudida, nadie quedó en sus cabales para comprobar con exactitud la existencia de esos signos". Chamorro aseguraba: "Parecía que la gente y los animales estaban al tanto de que esta vez no era el hombre, por su propia culpa, el autor de la catástrofe". Y en otro capítulo de su libro señalaba: "Estábamos en el funeral de todos nosotros, pero vivos".

Las desgracias suceden usualmente en una fecha grata. El terremoto de Managua ocurrió el 23 de diciembre de 1972, que todos se habían ido a la cama para celebrar el día siguiente la gran fiesta navideña. El periodista Chamorro afirmaba en su libro: "La tercera noche después del gran sismo fue Navidad, pero casi nadie se acordó de eso. Sin embargo, en las aceras, patios y parques de la ciudad caída, los que estaban todavía reunidos compartieron sus cosas y la tierra dejó de temblar. Al cuarto día amanecieron los paracaidistas procedentes de Panamá..."

Y al igual que hace 42 años de que la vieja capital dejó de existir, en estos días los habitantes de Managua, Mateare, Nagarote y otras ciudades del país advirtieron igualmente esos signos como aquella funesta suerte de 1972.

Acaso se repetirá, justamente ahora, la historia en forma de tragedia.

Todos quisiéramos que los dos terremotos y los enjambres de sismos que sacudieron las ciudades se reduzcan a "señales". Nada más. Antes de los dos terremotos, el país y, sobre todo Managua, León y Chinandega, parecían que habían caído en un abismo volcánico. La temperatura subió extrañamente y después el suelo empezó a temblar. Todos nos preparábamos para alistar maletas y viajar a las playas. Estos terremotos han sido un duro golpe a los restaurantes, centros de diversión y salas de cines. Algunos cerraron y otros operaban prácticamente vacíos.

Ese jueves en la redacción de Bolsa de Noticias estábamos dándoles los últimos toques a la edición especial de Semana Santa. Esa tarde salí a unos pocos metros del edificio a comprar una pizza para comer con las dos diseñadoras, Vanessa e Ivania, la periodista Eneida y Sandrita, la asistente de la directora María Elsa Suárez. En la pi-zzería no había gaseosa de tres litros por lo que tuve que ir a la venta cercana de ese local. Cuando apenas había caminado unos pasos, sentía que la tierra era como una acera gelatinosa y escuché un extraño y poderoso estrépito, parecido a una explosión, pero no sabía dónde procedía.

Sinceramente, me quedé paralizado, estupefacto y observando a la orilla de la cera derecha dos autos estacionados que parecía que se levantaban y se sacudían por lo que primeramente fue un poderoso sismo, pero en horas de medianoche el Presidente Daniel Ortega, tras consultar a los especialistas, lo tildó de terremoto. Las casas y los árboles tronaban de la Colonia Centro América, que en 1968 había sufrido un devastador terremoto. Noté que pocas personas salieron de sus casas. En cambio, cuando regresé a Bolsa de Noticias me encontré a periodistas, editores y demás empleados del Canal 23 todavía asustados, comentando el sismo que los sacó aterrados de las oficinas. El Canal proyectó después las imágenes grabadas por las cámaras tanto en el interior como fuera de la empresa de los trabajadores corriendo en estampida hacia la calle.

Tras esa experiencia recordé, una vez más, los comentarios de un ingeniero, quien afirmó, muy categórico, que los ciclos telúricos se cumplían, casi cabalmente, cada 40 a 50 años. Si aceptamos esa predicción o cálculo cabalístico nuestra ciudad estaría condenada a otro cataclismo. Acaso se repetirá, justamente ahora, la historia en forma de tragedia. El fortísimo sismo (6,2 en la escala Richter, según INETER) del jueves 10 y su grotesca réplica (6,6 grados) del viernes, 11 de abril, se presentan como advertencias nefastas. Ojalá que esas "señales" sólo sean signos de acomodamiento de la tierra por los grandes cambios climáticos operados en el mundo.

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