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Va de retro Charlie Hebdo

Mario Fulvio Espinosa

¡Ay, doña libertad!
¡Cuántos crímenes y calumnias se cometen en tu nombre!

Para hacer chacota de Cristo los judíos le convirtieron en un sangriento guiñapo. Vendaron sus ojos, le coronaron con espinas, le escupieron y abofetearon y por cetro le pusieron una caña entre los brazos. Con estentóreas risotadas dieron rienda suelta a su "buen humor", escarneciendo al Maestro de la manera más brutal que encontraron.

Como los Charlie Hebdo de hoy, así ejercieron los sicarios judíos su derecho al humor sin límites, parte de la libertad de expresión con que justifican los editores de esa revista el derecho a escarnecer y descalificar a quien les venga en gana.

Antes que los "Charlie" fueran objeto del atentado que costó la vida a varios de ellos, ya hacían gala de caricaturas de corte fascista, xenofóbicas y racistas, dirigidas a exaltar el odio contra los musulmanes y africanos que viven en Francia, la Francia que proclamó con su revolución los principios de Igualdad y Fraternidad entre todos los hombres.

La prepotencia de los "Charlie" se encontró de pronto con el puño indignado a que hace referencia el Papa Francisco. Los supuesto mártires de la libertad de expresión sirvieron para aumentar a millones la escuálida circulación que antes tenía la publicación. "Business are Business", exclamaría exultante William Randolph Hearst, el prototipo norteamericano del amarillismo periodístico en su forma más descarnada y macabra.

Los caricaturistas del Charlie Hebdo siguen jactándose de violentar los derechos humanos, los valores éticos que constituyen el alma del periodismo, y todos aquellos que conforman el profesionalismo y la moral. Como ciertos "caricaturistas" del patio, se creen los "enfant terribles" para disimular sus mediocridades y desquiciadas personalidades.

Los periodistas no ignoramos que las libertades no son absolutas ni patrimonio de particulares. Tienen el límite que imponen el respeto el derecho ajeno. Al no acatar esos principios estamos convirtiendo la libertad en libertinaje, o en ley de la selva que a modo de utensilio manejan los que tienen el poder, en este caso, los que controlan medios de comunicación.

Como periodistas profesionales no podemos ampararnos en la libertad de expresión para descalificar, vilipendiar, calumniar, o intervenir en los derechos del prójimo. Tampoco podemos ampararnos en el "derecho al humor ilimitado" para cifrar mensajes racistas, xenofóbicos y tendenciosos, o para hacer chacota o escarnecer a cualquier ser humano.

El humor como mensaje público también obedece a principios morales, sociales, deontológicos y éticos. Por eso el caso de los Charlie Hebdo debe llevarnos a una profunda reflexión.

Los mensajes de la comunicación reflejan de una u otra manera la imagen que tienen los periodistas y caricaturistas de sus semejantes. Pero también denotan la personalidad interna de sus autores, sus virtudes y ruindades.

Los Charlie Hebdo hacen alarde del procaz insulto, de falta de respeto e intolerancia a las ideas de otros. Nada que tenga que ver con la crítica honrada, concienzuda, ética y moralizadora.

Los Charlie Hebdo de allá y de aquí, reflejan en sus producciones sus mediocridades y debilidades, sus tendencias y demonios. Son bufones de la ruindad y de la intolerancia, sembradores de vientos y generadores de tempestades.

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