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Universos paralelos

Gringos en Cuba

Por Diego A. Manrique

En 1979, Fidel Castro y Jimmy Carter usaron la música para escenificar un acercamiento entre los dos países. No prosperó.

Está comenzando la invasión estadounidense de Cuba y, de momento, no se tienen noticias de incidentes. Los turistas ya conocen el gran secreto: más allá de ideologías, el supuesto enemigo manifiesta una pasión total por el American way of life. Estos días, no he podido dejar de pensar en Havana Jam '79. Un festival que se desarrolló en tres noches de 1979, en el Teatro Karl Marx habanero: un teórico encuentro de músicos gringos y cubanos. Dizzy Gillespie plantó la semilla: durante la parada de un crucero en el puerto de La Habana, el trompetista se escapó del recorrido previsto y conectó con músicos afrocubanos.

A finales de los setenta, Fidel Castro y el entonces presidente estadounidense, buscaban –o pretendían buscar- un sigiloso acercamiento entre los dos países. Se necesitaban gestos para escenificar esa voluntad. Entró en escena CBS, seguramente la principal discográfica mundial en aquella década. Se ofreció a llevar a Cuba una ecléctica selección de sus artistas: Weather Report, Stephen Stills, la pareja Kris Kristofferson-Rita Coolidge, Billy Joel y un dream team, la CBS Jazz All Stars. Colaron también a la Fania All Stars, casi una provocación: para las autoridades locales, la salsa era un expolio de su patrimonio cultural. Como diplomacia, aquella fue costosa. Volaron 134 personas en un chárter. Previamente, tres aviones llevaron toneladas de equipo audiovisual: la inversión se recuperaría gracias a la grabación de un especial de TV y discos en directo; se esperaba que surgiría gran música del encuentro entre los invitados y sus anfitriones.

Cartel cubano del festival

Ya en la isla, todo se volvió misterioso: si aquello era un primer paso para romper el embargo, nadie se enteró. El entusiasmo castrista por la reconciliación cultural pareció desvanecerse. Los medios oficiales no publicitaron el evento. Ni siquiera se anunció quienes integraban aquella "embajada yanqui". Tampoco se podía comprar entradas: fueron repartidas entre la nomenklatura del PCC y obreros ejemplares, probos estajanovistas que —lo he visto— tienden a dormirse en espectáculos que les resultan indiferentes.Volvamos a 1979: los forasteros fueron puestos en cuarentena. Les instalaron en el hotel Marazul (hoy, Tropicoco), en Playas del Este. Un establecimiento cutre y lo bastante lejos de La Habana para evitar la "contaminación ideológica": no había taxis y solo pudieron moverse en visitas vigiladas al Tropicana o al Museo de la Revolución.

Para los músicos cubanos y los enterados que consiguieron entradas en el mercado negro, aquellos tres días fueron un festín; lo cuentan en Havana Jam, un documental que está preparando el periodista Ernesto Juan Castellanos. Los foráneos lo vivieron como una pesadilla: hubo problemas para ensayar y conflictos burocráticos; las prometidas jam sessions no fueron posibles. A pesar del control al que estaban sometidos, algunos de los visitantes pillaron drogas. La sorpresa del programa era el Trio of Doom, la unión de John McLaughlin, Tony Williams y Jaco Pastorius; el bajista apareció muy colocado y reventó el concierto, que fue el primero y el último del supergrupo.

¿Y saben quién triunfó finalmente? No Stephen Stills, que presentó una canción para la ocasión, "Cuba al fin". Tampoco Kristofferson, que dedicó "The living legend" a Fidel. Fue Billy Joel, demostrando que los cubanos incluso entonces conectaban con el gusto mainstream de sus vecinos estadounidenses. Típicamente, Joel rompió filas con sus colegas: se negó a que su actuación cubana fuera grabada en audio o en video. Tampoco hubo frutos políticos. Unos meses después, los sandinistas conquistaban el poder en Nicaragua y Cuba volvía a ser el peligro caribeño. Los planes de distensión de Jimmy Carter eran olvidados por su sucesor, Ronald Reagan. Seguirían 35 años más de hostilidades.


Hallado un libro inédito de Pío Baroja sobre la Guerra Civil

Con un hombre que viaja a pie de Madrid a Valencia mientras comprueba los jirones de vida que España se ha dejado en la Guerra Civil empieza la novela inédita de Pío Baroja, Los caprichos de la suerte. Con esta obra el escritor donostiarra (San Sebastián, 1872 - Madrid, 1956) cerraba la trilogía de la Guerra Civil española, Las Saturnales, iniciada con El cantor vagabundo y Miserias de la guerra, publicada en 2006. Es el último hallazgo barojiano, encontrado en una carpeta olvidada en los archivos de Itzea, la casa familiar de los Baroja en Bera (Navarra), y que confirma tres elementos del escritor: su obsesión por el conflicto español y las teorías sobre sus causas, la presencia de un amor frustrado, habitual en su narrativa, y su estilo directo y claro.

Un hallazgo que aparece unos 65 años después de haber sido escrito y que será publicado en noviembre por Espasa, según informaba el diario ABC. El libro tendrá dos presentaciones: la primera es la novela como tal con un prólogo posicional y la segunda en la colección Austral, en edición no crítica pero sí filológica y con un prólogo de José-Carlos Mainer sobre Baroja y la Guerra Civil. Mainer es el encargado de esta edición y de las Obras completas del escritor en Galaxia Gutenberg.Los caprichos de la suerte confirma y amplía, según Mainer, "la visión absolutamente negativa de la Guerra Civil. Baroja consideraba que fue una barbaridad y que la culpa la tuvo en buena medida la democratización de la política, y la politización de la sociedad española, incluso la República, donde la gran víctima fue la burguesía".

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