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Un viaje mágico

Por Denis García Salinas/Desde Mi ventana

Hace unos 15 años mi amigo Eduardo Estrada, el pionero del periodismo digital en Nicaragua, defendía ardorosamente la lectura de extensas obras literarias en una tableta Kindle, conocida en inglés como e-book. Recuerdo que en aquella época siempre que nos reuníamos en su casa, a departir entre familias, salía la discusión de las ventajas y desventajas del libro impreso frente al libro digital. Estrada, conocido como Gorky, en alusión al escritor soviético, sigue defendiendo, como ayer, la lectura digital. Sinceramente, yo soy más lector de periódicos digitales españoles y latinoamericanos. Nunca he leído un libro digital completo; prefiero el libro físico. Me siento cómodo con el libro físico y lo llevo a cualquier lugar sin temer un asalto. Estrada ya tenía ciberlibro en los 90, que lo hacía un adelantado en esa época entre el gremio intelectual y sobre todo periodístico. Nuestro país entra tarde a ese mundo digital. Este tema me evoca el libro de ficción 2001.Odisea del Espacio (1969) que ya incluía el concepto de tableta de información e incluso en la serie Star Trek (década de los 70).

Los historiadores fijan el año 1971 como el génesis de los libros electrónicos de forma global. En ese mismo año Michael Hart establece su Proyecto Gutemberg (en honor al creador de la Imprenta) con el fin de crear una biblioteca digital. La idea es difundir las obras clásicas de Dante o Shakespeare, complementa gratis. En 1981, aparece el primer libro electrónico el Random House's Electronic Dictionary. Estamos en presencia de primeros lectores portátiles con pantalla retroiluminadas. No obstante los lectores son pocos. Cuando surge el gran Stephen King con su libro Riding the Bullet, que vendió nada menos medio millón de ejemplares en dos días, se empieza a popularizar. Desde entonces empezaron a incorporar versiones electrónicas de algunos títulos. Después aparecerían lector Rocket, 1996, softbook, el librius Millenium y el Everybook, cuenta los historiadores.

Aterricemos ahora a nuestro submundo. Cuando hago fila en una institución gubernamental saco mi librito y me dispongo a leer tranquilamente, mientras llego a la ventanilla o la oficina del empleado público. Y no lo hago para sentirme "intelectual," simplemente es una costumbre para pasar bien ese tiempo perdido en una fila monótona en el Estado. Amigo lector, no cree usted que sería muy excéntrico que extrajera de mi bolso una tableta y me dispusiera a leer ante la mirada insólita de los circunstantes. Me tacharía de petulante. Quizás a la salida me esperaría alguien para embestirme. Sin duda. Hace poco me reuní con Gorky y resucitamos la discusión de antaño. El, por un lado, defendiendo su pasión de leer libros digitales, en su kindle y tal vez ahora, en su Ipad. Yo, en cambio, le reiteraba mi predilección por la lectura a la antigua. Yo no tengo una biblioteca parecida a la Biblioteca de Alejandría, pero tengo mis libritos. A muchos de esos libros, ediciones cubanas y de otras naciones autollamadas socialistas en ese tiempo, les he dado de baja porque sus páginas se tornaron amarillas. Otra gran cantidad de obras de ediciones españolas y sudamericanas, sufrieron la arremetida de un ejército despiadado de polillas y comejenes. En mi casa habían construido una colonia de esas termitas.

Demasiado tarde advertí su labor destructiva. Esa plaga devoró miles de páginas de los grandes clásicos de la literatura en lo que podría ser el banquete pantagruélico jamás visto en la Historia. Esas siniestras larvas convirtieron en polvo centenares de páginas de Poe, Dickens, Shakespeare, Gogol, Lovecraft, Huxle, Dostoyeski y el gran Balzac. No sé por qué se salvó la obra Rayuela de Julio Cortázar. Tal vez a esas microscopias bestias se les dificultó digerir ese libro. El mal estaba hecho. La mitad de mi fortuna libresca se esfumó en un santiamén en ese macabro festín de gusanos. Solo me quedaba mi otra fortuna: la amistad de mis amigos. Después de eso no tengo nada, excepto mi vida. Mi casa estaba bajo un ataque extraño de diminutos insectos. Yo no abrigo esperanzas sobre el futuro de mis libros.

Sé que están condenados a ser arrojados a la basura o masticados sin piedad por esos insectos miserables. Ese es el problema del libro impreso en papel frente al libro electrónico. Cuando uno va a la playa ya sea San Juan del Sur o las playas del occidente del Pacífico encuentra generalmente a extranjeros blancos leyendo un libro físico, acostado en la arena sin importarle ese sol de justicia. La ventaja de leer un libro en cualquier parte es que ningún ladrón se verá tentado asaltarte. Un libro nunca atrae a un delincuente, pues no le sacará ninguna ganancia. Los libros robados usualmente aparecen en la venta de libros usados, en los mercados, pero a lo sumo el ladrón sacaría diez o 20 córdobas. En cambio, si un extranjero estuviera con su tableta, podría exponerse a que lo asalten o sufrir algo peor. Los turistas extranjeros solo leen libros electrónicos en sus tabletas en las piscinas de los Hoteles del país.

La ventaja de la tableta es que tiene una memoria para almacenar cientos de libros electrónicos. Ya no necesita espacio en su casa o departamento para guardar sus libros. Su propietario puede seleccionar el libro que quiera para disfrutarlo, no pasa lo mismo con el libro impreso. A nadie se le ocurrirá llevar varios libros a la playa. Eso es absurdo. En Estados Unidos a pesar que la lectura digital ha venido ganando terreno e incluso los estadounidenses están prefiriendo leer en su tableta o su Smartphone, las librerías siguen vendiendo libros físicos. Los libros electrónicos reducen el gasto de papel y tinta, según los defensores de las obras digitales. A su vez disminuye la presión sobre la tala de bosques para fabricar el papel. Eduardo Estrada me decía que la ventaja del libro electrónico es que la persona puede hacer anotaciones y comentarios al margen.

Ahora bien, no sólo el libro destruye nuestro medio ambiente, con el corte de millares de árboles, lo que enrarece la atmósfera, sino también el libro electrónico se convierte, al final, en un desecho electrónico que terminará sus días en un vertedero o incinerado con sus nefatas consecuencias para el medio ambiente. Yo prefiero oler el papel, ver los garabatos en frases subrayadas de los hondos pensamientos de los grandes escritores de mis libros de ediciones baratas y hasta usados y no dejarme seducir por ese viaje mágico por los mundos digitales de Jeff Bezos y Steve Jobs y quien sabe quien más sabio digital. Dejé de pensar y me fui a dormir. Mañana será otro día, como diría Scarlett O-Hara uno de los personajes de "Lo que el viento se llevó".

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