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El vientre del cielo se abrió y cayó una "lluvia catastrófica"

Por Denis García Salinas/ Desde Mi ventana

El calor era desértico en días pasados. Esas ardientes temperaturas presagiaban lluvias en abundancia, pero con consecuencias desastrosas, sobre todo para los pobres, las eternas víctimas. En esos días leí la noticia sobre los 2,256 muertos por la infernal ola de calor en Andhra Pradesh, India. Los hindúes esperan con impaciencia la llegada de las lluvias monzónicas, que muchas veces se vuelven destructivas, para mitigar ese calor. Marzo en nuestro país fue quizás el mes más caluroso, pero mayo y junio también fueron sofocantes. Esto me hizo recordar el episodio que vivimos cuando empezaba a trabajar en el periódico El Pueblo, de tendencia izquierdista. Escribí, en ese entonces, un artículo sobre lo bueno y lo malo de las lluvias. Sin embargo, el director lo de-sechó porque no encajaba en el perfil político de la página de comentarios. No obstante, el profesor Juan Molina, que trabajaba en el diario, no compartía el criterio del editor principal. El periódico circuló al día siguiente sin mi artículo.

"Océanos cósmicos" se derraman sobre el firmamento

Hoy que ha transcurrido demasiado tiempo de aquella experiencia de juventud periodística, retomo la idea de las ambivalencias de las lluvias. Una lluvia moderada es, generalmente, una bendición para los agricultores. En cambio, cuando el cielo parece deshacerse sobre la tierra, la lluvia experimenta una metamorfosis y se muda en un infierno dantesco. En los escritos bíblicos se afirmaba que cuando una "ventana" se abría en los "océanos cósmicos," se derramaba una "lluvia catastrófica." En esos tiempos se decía que en los lugares del cielo se guardaban la lluvia, la nieve y el granizo. Desde el cielo caían en la tierra (Cf, 38:22). Otros pensaban que en el cielo había "odres" (recipientes hechos de cuero) llenos de agua y cuando Dios los vuelca la lluvia cae (Job 38:37) Desde tiempos bíblicos se sabía que sin la lluvia no crecerían las plantas ni habría "épocas fructíferas". El planeta se volvería un desierto. Pero, a decir verdad, la tierra es ahora más abrasadora, insoportable y desértica. Ríos y lagos se evaporaron totalmente.

Mientras poblados mueren de sed y la tierra se agrieta por falta de lluvias, Israel acabó con la sequía, malestar mundial. Los israelitas han hecho una revolución con desalinizar el agua del Mar Mediterráneo y reciclar aguas residuales para satisfacer las necesidades de agua a un país, que sufría sequedad. El agua desató la guerra de Medio Oriente en 1967. Israel es considerado el líder mundial en el reciclaje de aguas residuales para la agricultura. Las empresas privadas transportan agua del Mar de Galilea, en el norte, hasta el árido sur. El entonces alcalde de Managua Nicho Marenco fue a Roma, Italia, invitado por su homólogo, para que observara la experiencia italiana de convertir las aguas residuales en agua potable. Marenco contó que el alcalde le ofreció un vaso de agua reciclada de aguas negras, pero él, sin ocultar su asco, lo rechazó. Mientras tanto el otro alcalde se bebía tranquilamente el vaso de agua reciclada. Aquí no se ha hecho nada igual.

El Diluvio, ¿fábula o realidad?

En la antigüedad las intensas lluvias eran interpretadas como un castigo de Dios contra los israelitas por haberlo rechazado y adorado al dios cananeo de la lluvia, Baal. El Diluvio y el Arca de Noé han despertado diversas interpretaciones. Unos dice que es Historia bíblica, y otros la reducen a una fábula o cuento. Igualmente se duda de la historia que se relata de la construcción del Arca y cómo Noé fue capaz de hacer entrar al barco las distintas especies de animales de la tierra. En la actualidad, la gente de a pie, los pastores evangélicos, los meteorólogos y los futuristas de la catástrofe vaticinan auténticos diluvios, mega-terremotos y guerras interminables. Hoy nuestro país, particularmente, Managua, está siendo apaleado por intensas lluvias. Y los pobres han sido puestos de rodillas, clamando misericordia. Ellos son los más fastidiados, aunque también la residencia del Presidente Daniel Ortega fue taladrada por esa lluvia incesante de las semanas anteriores.

Esas precipitaciones son las que debían haber caído en todo el mes de mayo. Cuando el cielo se vino encima de Managua, sobre todo, las gruesas gotas, un fenómeno inexplicable de la Naturaleza que perforaban las humildes viviendas, no evocaban ninguna glosa poética ni un canto de vida y esperanza. Más bien era una lluvia monzónica que se ensañaba y daba latigazos a 60 familias que tuvieron que ser evacuadas de las Casas del Pueblo. Parecía que el cielo se vengaba de ese hombre que ha martirizado por años a la naturaleza con los despales y construcción de urbanizaciones aquí, allá y acullá. Mientras otros contemplábamos las imágenes de la televisión que enumeraba su destrucción: 2 mil 50 viviendas afectadas levemente, hospitales anegados, la red eléctrica vulnerada, las tapas de manjoles expulsadas como tapas de corchos por las poderosas corrientes. En fin, esas lluvias desnaturalizadas nos recordaron que somos una ciudad endeble y expuesta a sucumbir en cualquier momento ante un verdadero diluvio contemporáneo.

El Mitch arrojó muerte y destrucción

La lluvia, a veces, se transforma en un monstruo poderoso que destruye casas, derriba muros, anega barrios y causa deslaves terribles hasta en los países más desarrollados de la tierra. Y lo peor de la cólera de la naturaleza lo presenciamos cuando un coletazo del enloquecido huracán Mitch pareció vaciar los "odres" del cielo y dejó caer 1,270 milímetros cuadrados de lluvia sobre el departamento de Chinandega a finales de octubre de 1998. Ese huracán, el más mortífero después del Gran Huracán de 1780 que dejó 11 mil muertos, sacudió, con tal furia, el volcán Casita, en el municipio de Posoltega, en el departamento de Chinandega, que causó un deslave de lodo que cubrió 16 kilómetros de largo y ocho de ancho. Centenares quedaron sumergidos en el lodo y murieron 2000 personas. Ese huracán dañó 11,600 casas y destruyó 23,900 y causó 368,300 desplazados. Esas intensas lluvias caídas destruyeron 71 puentes y dejó el 70% de carreteras inutilizables. El Mitch se sumaba a los poderosos huracanes Katrina, que sometió Nueva Orleans en 2005, y Sandy, en 2012, el más letal que afectó 24 de los 50 estados de EE.UU. Este martes, la lluvia nos volvió a recordar su deuda histórica con el medio ambiente.

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