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Los incineradores de libros

Por Denis García Salinas/ Desde Mi ventana


Algunos creen que hemos llegado al fin de la historia del libro. Erradamente creen que la tecnología asestó el golpe mortal al libro. La tecnología no le ha declarado la guerra al Libro. Pues éste es producto de la misma tecnología. Solo cambian los materiales: Se escribió en tabillas de arcilla de Mesopotamia, luego el papiro egipcio, después el pergamino y, finalmente, en papel. Ahora en una pantalla digital, pero el libro no desaparece. Allí está transformado como la materia, es indestructible. Desde que apareció el libro en 1440, impreso por Johannes Gutenberg, artífice de la imprenta,  ha estado bajo asedio. Cuando surgió la radio muchos pensaron que el fin del libro se acercaba. No pasó nada. Luego irrumpió la televisión que sepultaría a ambos, pero tanto la radio como el libro permanecían incólumes. La tecnología procuró avances increíbles que alimentaron la creencia que una guerra más difícil se avecinaba: La internet y, sobre todo, el libro digital (E-book). Este último, creeN algunos, enterrará, de una vez por todas, al libro impreso. Sin embargo, han transcurrido más de cinco siglos y el libro subsiste.  El escritor italiano Humberto Eco ha expresado un concepto magistral: "Es un invento insuperable, como la cuchara, el martillo y las tijeras".  Ya el escritor argentino Borge había dicho: "De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro;  todos los demás son extensiones de su cuerpo…solo el libro es una extensión de la imaginación y de la memoria".

El libro, asegura Eco,  es portátil, es pequeño, no necesita cables ni pilas (como el E-book). Y no solo eso, puede prestarse y regalarse, cosa que no se puede hacer muchas veces con un libro digital o una tabla. Eco subraya que dura más que los cambiantes soportes digitales.  Pero se puede aceptar indiscutiblemente que el libro perdió la hegemonía en la transmisión de conocimientos y cultura. Eduardo Estrada, quizás el pionero del periodismo digital, pienso que el libro pierde terreno ante el E-book. Tal vez. Además, ningún ladronzuelo te puede asaltar en la calle para robarte un libro, aunque muchos estudiantes roban libros de Universidades, de la Biblioteca Nacional y de la biblioteca del Banco Central. Esos libros aparecen en sitios donde se venden libros usados.

La existencia del libro ha dado pábulos a libros y películas catastróficas. Así como en el pasado los acusados de "brujos o brujas" los quemaban en la hoguera, en algunos países fascistas y fanáticos religiosos incineraban libros. El 10 de mayo de 1933, en la plaza Bebtlplatz, un grupo nazistas en un acto de fe incineró libros de autores "degenerados." Eso fue recreado en la película La Ladrona de libros. La quema de libros tenía un ingrediente ideológico y religioso. El actor Denzel Washington protagonizó la cinta The Book of Eli ( El Libro de Eli).  El mundo había sobrevivido al apocalipsis nuclear. El libro ha desaparecido de la tierra, con excepción de La Biblia. Denzel tiene que enfrentar a Carnegie (interpretado por Gary Oldman ), que  gobierna con mano dura un pueblo. Carnegie, está rodeado de matones, y  es un líder despiadado que pretende controlar a las personas a través de la palabra, cristalizado en el único libro que quedó tras el desastre nuclear: La Biblia.  Los bandoleros tratarán, sin éxito, de arrebatarle a Denzel el Libro de Elí, el único vestigio viviente de la humanidad.

Los escritores han especulado con el futuro del libro en el mundo.  La obra Fahrenheit 451, de Ray Bradbury,  y  1984, de George Orwell, tocan el tema, pero con más visión apocalíptica y futurista Bradbury.  En cambio, Orwel se inspira en las sociedades comunistas y de un partido único, donde el hombre no tiene libre albedrío. Fahrenheit 451, pinta una sociedad en la que está prohibido leer.  Allí nadie tiene derecho a pensar.   Guy Montag desde que tenía 20 años pertenecía al Cuerpo de Bomberos que incineraba cualquier libro descubierto en una casa. "El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, convirtiéndolos en ceniza y, luego, quema las  cenizas. Este es nuestro lema oficial", dijo. Ellos no apagaban incendios en casas porque eran a prueba de fuego, lo que quemaban eran libros. En cierta ocasión, quemaron a una mujer con todos los libros. Esa tragedia lo llevó a reflexionar: "Tiene que haber algo en los libros", afirmaba Montag.. "Quemamos a una mujer junto a los ejemplares de Dante, de Swift y de Marco Aurelio," dijo a su esposa Mildred.  Miles de años de trabajo eran destruidos en un segundo, bastaba una chispa y un bidón de gasolina o la manguera del cuerpo de bomberos que en vez de contener agua, tenía combustible.  La multitud se aglomeraba donde había un incendio para presenciar la "bonita hoguera," recordaba. "Creen que los libros puedan andar por encima del agua", desafiaba el bombero. 

"El libro es una arma cargada en la casa de al lado", decía el amigo de Montag. Los bomberos eran custodio de la tranquilidad del espíritu porque "quien sabe cuál es el objetivo de un hombre que leyese mucho. Su divisa es quemar todo. El fuego es brillante y limpio". No les dé ninguna materia de filosofía y sociología para que no empiece a atar cabos. Me llama la atención una frase de Montag cuando asegura que "el público ha dejado de leer por propia iniciativa." Acaso nuestra provincia se ahogará ella sola cuando los jóvenes sigan robando  libros para venderlos o perder el prurito de la lectura. Los jóvenes, ahora, prefieren el twitter y el Facebook, insertando ridículas fotografías con sus amigos y amigas y observándose como narciso en un espejo roto. 

Dicen que George Orwel pintó el presente y futuro del comunismo con su novela 1984. En esa obra, Winston Smith , el personaje principal de la novela, trabajaba en el Ministerio de la Verdad en la que El Gran Hermano vigilaba a los miembros de esa sociedad. Ese ministerio se dedica a las noticias, a los espectáculos y las bellas artes. Allí también el libro era prohibido. En esa sociedad hacía cuarenta años que no se publicaba un libro. En Nicaragua, actualmente no se prohíbe leer libros, como sucedía en la dictadura de Somoza, donde las obras marxistas y leninistas estaban vedadas de venderse públicamente. Hoy no existe esa censura, pero lamentablemente el hábito de la lectura se ha ido perdiendo poco a poco. Hace muchos años existía en la capital una variedad de librerías donde los lectores podrían adquirir libros a un precio accesible. Hoy, son pocas. Actualmente no se necesita arrojar a la hoguera los libros, pues como decía Montag: "El público ha dejado de leer por propia iniciativa". Es una terrible verdad tan grande como la vieja catedral. 

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