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Dos ciudades y un muro

Por Denis García Salinas/Desde Mi Ventana


"Hay espíritus que enturbian sus aguas para hacerlas parecer profundas"

F. Nietzsche


Esta es la historia de dos ciudades, divididas por un muro. Como muchas historias ésta empezó mal. El país había salido de una guerra causada por un hombre (Hitler) que quería dominar el mundo. Con su magia en la palabra y su oratoria arrastró a todos los alemanes a un paréntesis alucinante. Niños, mujeres, adolescentes, jóvenes, y viejos fueron seducidos por su maléfico encanto. Adolfo Hitler, el líder que casi cumple su augurio, era más que un encantador de serpientes. Nadie pudo resistir su filosofía de la raza aria y superior y su odio a las razas inferiores y, en particular, a los judíos. Él bebió el brebaje de los libros de Federico Nietzsche, quien cantó al hombre superior e insultó a Dios. Tal vez por eso Hitler se cegó con las frases nietzscheana: "La crueldad es uno de los placeres más antiguos de la humanidad." Su poder, que lo envileció tanto hasta deshumanizarlo, lo llevó al camino de la barbarie: A casi el exterminio de los judíos, socialistas y comunistas.

En esa lúgubre época nazista, los hombres fueron uniformados, inclusos los niños. Era el fascismo en su máxima expresión del aborrecimiento hacia la muchedumbre judía, socialista y comunista. En el momento de su apogeo, Hitler fue adorado por toda Alemania, con la excepción de lo que llamó Nietzsche en su tiempo (alrededor de 50 años antes) la "chusma socialista". Y de los judíos, su principal blanco.

El pueblo germano le dió todo el poder a Hitler para conquistar el mundo. Tras el holocausto causado por la artillería pesada de los aliados, Alemania quedó postrada en las ruinas. Hitler no soportó su derrota y optó por el suicidio. Tras el fin de ese conflicto, (16 años) Alemania quedó dividida en cuatro zonas: una soviética, una americana, otra inglesa y francesa. Cada zona tenía su policía y su lengua. Sus banderas flameaban en cada rincón de un país partido en cuatro pedazos. Konrad Adenauer afirmó, en ese entonces: "Berlín era una ciudad dividida antes de que se levantaran las barreras en 1961". Dieciséis años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, los germanos orientales levantaron un muro para evitar las oleadas de personas que se cruzaban a Berlín occidental. Esa tapia se convirtió en la emblemática figura de la Guerra Fría. Y ese Muro de Berlín o la "Cortina de Hierro", que el pasado 9 de noviembre cumplió su 25 aniversario de haber sido derribado, es un caso que aún no está archivado. La bruma del tiempo no ha conseguido borrar esa atmósfera trágica.
El novelista inglés Graham Greene escribió una frase en su libro El Tercer Hombre: "Los archivos, sabe, nunca se completan del todo, un caso no se cierra nunca, ni siquiera después de un siglo, cuando ya se han muerto todos los participantes. Esas dos ciudades, Berlín oriental y occidental eran, ahora, la manzana de la discordia.

Por eso se temía una Tercera Guerra Mundial. El dignatario estadounidense Kennedy estaba convencido de que utilizar la bomba atómica "no daría tiempo para tomar aliento y negociar". Entretanto, Rusia, convencida que EEUU no usaría esa arma de destrucción masiva, no buscaba Berlín occidental, sino un tanteo de fuerza y la humillación americana, decía DeanAcheson, ex secretario de Estado de EE.UU. Entretanto, Charles De Gaulle, apostaba a utilizar la bomba atómica para rendir a los germanos orientales y a los soviéticos. Han pasado 25 años de aquella pesadilla y los nombres de los principales protagonistas quedaron en la Historia. Los nombres más escuchados, a la sazón, fueron Roosevelt, primero, y Kennedy después; Nikita Kruschov; Charles De Gaulle; Adenauer; Honecker; Brandt ; Walter Ulbircht; periodistas como el germano Axel Springer, y el estadounidense Walter Lippmann, en fin, un rosario de personajes deambularon por esa Alemania imbuida en conflicto y matizada de escapadas de ciudadanos de Berlín oriental a la occidental.

En ese interregno se inicia una batalla diplomática y de rumores, movimientos de generales, mariscales, alcaldes, comisarios políticos y presidentes. Agentes de la CIA y de la Stasi conspiraban en cada sector. Kennedy decía, en un principio, que sus obligaciones eran con Berlín occidental y no con el Oriental, que competía a los rusos. EE.UU siempre estuvo en un callejón: Replegarse o usar esa bomba. Cada día la oscura nube se cernía más profundamente sobre Alemania. Por un lado, Walter Ulbricht, presidente del Consejo de la RDA, insistía en cerrar las fronteras con Berlín occidental, pues el éxodo crecía desproporcionalmente. Profesionales e inclusos científicos, así como personas en su edad productiva escapaban de Berlín Oriental. Ulbricht todavía no había convencido a Kruschev ni a los miembros del Pacto de Varsovia (Polonia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Checoslovaquia y la Unión Soviética). Ulbricht coreaba en cada reunión su consigna: Berlín "una segunda Muralla China". "La verdad es que se dividió Berlin como un pastel en una fiesta infantil mucho antes de que los militares decidieran asaltar la capital del Reich", escribieron los periodistas germanos Hermann Zolling y Uwe Bahnsen en su bien documentado libro "Invierno en agosto" (La Muralla de Berlín).

El Presidente del Consejo de la RDA, Walter Ulbricht, preocupado por el incremento del éxodo hacia Berlín occidental, logra convencer a Kruschov y a los miembros del Pacto de Varsovia, que estaban temerosos que un muro difamaría el campo socialista, y ordena el cierre de las puertas hacia el oeste después de una oleada. Ese 13 de agosto de 1961, Erick Honecker cumple el mandado y con ayuda de los altos mandos soviéticos despliegan 20 divisiones a la RDA. Mientras continúa la huida de alemanes hacia Berlín occidental. Entonces, los alemanes empiezan a colocar alambradas de púas y a construir el muro que llegará a tener una extensión de más de 150 kilómetros. La ONU trata de interceder proponiendo poner bajo su control Berlín occidental, pero fracasa. EE:UU amenaza utilizar la bomba atómica contra alemanes orientales y soviético, pero no lo hace. Adopta otra estrategia: Moviliza tropas y tanques para responder a Kruschov que también había apostado tanques en la zona oriental apuntando a occidente. Esa crisis es considerada peor que la vivida durante la crisis de los misiles en Cuba. Como toda historia que empieza mal, acabó en 1989 cuando "La Cortina de acero" cayó en pedazos, tras el fin de la historia del llamado comunismo.

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