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Correos Corporativos
EDICCION ESPECIAL POLICIA 2013
EDICCION ESPECIAL EJERCITO 2013

EL LEON DE LEON Y DE DARIO

- Por Juan Ramón Avilés -

(Parte I de II )


* Bolsa de Noticias publica la primera parte de este histórico artículo escrito por el célebre periodista Juan Ramón Avilés en el diario La Tribuna, el sábado 13 de Julio de 1918. Esto en ocasión de la celebración de la Jornada del 50 aniversario del Museo y Archivo Rubén Darío.


Un león de piedra ruge su duelo sobre la tumba del heredero de Orfeo. Símbolo del mito pudiera ser, extraído de la brillante fábula griega, para expresar que la fiera seducida por el conjuro de la música, ha quedado haciendo dolorosa guardia, petrificada por el último milagro de la lira que sobre esta tumba está, intocable y rota. Orfeo ha muerto. Ha desaparecido por un agujero de la misma tierra de donde surgió, y el león ha quedado desconcertado y herido al cesar el armonioso encanto. Eso podría ser, en el simbolismo pagano; pero el león es ahí emblema de la ciudad que lo tiene como blasón de su escudo.

Tal es lo que se ve sobre el catafalco de Rubén Darío, y eso es lo que ha irritado la neurastenia de un amigo mío que en las columnas de "El Fígaro" escribe a veces con talento y a veces con hipocondría. Hay mañanas en que el hígado rivaliza con el cerebro, y sucede que el mal humor llega hasta la punta de la pluma por extrañas filtraciones. Mi amigo en cuestión, en un artículo suscrito por un seudónimo innoble, dice entre otras cosas que ese león parece indicar que Darío fuese "una gloria municipal", que llora "lágrimas de cocodrilo," y que fue hecho por "un albañil."

Entendámonos bien: La ciudad de León fue amado por Darío: "Mi Roma, mi Atenas o mi Jerusalén" así la llamó, filial y exaltadamente, cuando en 1907, de vuelta de Europa, miró saltar en el dintel al perro de Penélope, la Patria, que "teja y desteje la tela de su porvenir en espera del instante en que pueda bordar en ella una palabra de engrandecimiento."

Y añadió: "Concreto ahora todos mis ensueños de niño sobre la crin anciana de mi amado León."

Y como si eso no bastase, escribió también: "León, con sus torres, con sus campanas, con sus tradiciones; León, ciudad noble y universitaria, ha estado siempre en mi memoria, fija y eficaz… Siempre tuve, en tierra ó en mar, la idea de la Patria, y ya fuese en la áspera Africa, ó en la divina Nápoles, o en París ilustre, se levantó siempre en mi un pensamiento ó un suspiro, hacia la vieja catedral, hacia la vieja ciudad, hacia mis viejos amigos, y es un hecho que fisiológicamente se explicaría de cómo en el fondo de mi cerebro resonaba el son de las viejas torres."

Así escribió Darío de la ciudad en que fue llamado a la vida, de la ciudad maternal en que halló "la luz y el bien", según sus propias palabras. Momotombo era alto y teñido de azur; la catedral era gris, pero tenía dentro a Dios en los altares, y en las torres campanas para el repique épico o el repique lírico, cara la epifanía y para el rebato. Y así aquel niño tuvo un testigo azul para su ensueño vasto, en el corazón una custodia radiada, y en la cabeza, junto a la cúpula del cerebro, el son sonoro de las campanas que ponen bajo el cielo latino la resonancia wagneriana en las mañanas dominicales y luminosas, á la hora de diez.

Si todo artista es un producto del medio, al pensar de Hicólito Taine. Si el primer paisaje exterior e íntimo se acomoda para siempre en cada alma, como en un marco. Si todos somos resúmen, hechura y reflejo de la tierra, tendremos que cada poeta es un númen lanzado de su seno á la vida, como el fruto a lo alto del árbol, con dones suministrados por le tierra misma. Savia y sangra son una ante los ojos de Dios y ante las atracciones vitales de la luz. ¿Porqué el quetzal nace tan sólo en tierra centroamericana? ¿Porqué sólo en los nidos de aquí se incuba el cambiante de piedra preciosa, como una gema alada, dentro del huevo anónimo que el picón rompe en su primera rebeldía de libertad?

Cosas de la Naturaleza son, que hizo nacer aquí á Darío y en los Estados Unidos á Whitman. Resonante, prolífico y magnífico éste; lirico, complicado, ecléctico aquel. Walt vió revolar águilas calvas sobre las calvas cumbres de la cordillera roqueña, y cruzar locomotoras negras y pujantes sobre la pradera verde; Darío oyó cantar á los cenzontles, en el volcán titánico, encendido como una pira, con su pompón de llamas, su cresta de fuego, y el humo, como un plumero de cacique, doblado sobre la frente. Creció frente á un motivo de Hugo. Creció en León; y en esa catedral donde oyó la primera misa, es donde vió arder la flama divina en el tabernáculo y oyó el coro de las campañas que le prendieron para siempre en los oídos el eco que aun ahora extremece sus cenizas, cuando en los repiques solemnes hacen vibrar a la catedral entera, como si toda ella no fuese más que una enorme campaña de piedra.

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