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Crímenes sin castigo

Por Denis García Salinas/Desde Mi ventana

Amigo lector, empezaré esta historia con un relato del gran escritor ruso Fedor Dostoyevski. Él narra en su libro Crimen y Castigo el horrendo sueño que experimentó su personaje Raskolnikof antes de asesinar a la anciana avara en Moscú. Este es un episodio incidental de esa novela en la que el pobre estudiante despierta de ese sueño en la que "su alma todo era oscuridad y turbación". En esa pesadilla, Roskalnikof ve a campesinas con sus maridos, todos ebrios; todos cantan. Cuenta que ante la puerta hay uno de "esos enormes carretas de las que suelen tirar robustos caballos y que se utiliza para el transporte de barriles de vino y toda clase de mercancías". De pronto ve a un grupo de corpulentos mujiks embriagados, luciendo camisas rojas y azules, y gritando. Uno de ellos invita a todos los hombres a subir a la carreta. Uno de los hombrees pregunta ¿Creéis que podrá con nosotros ese esmirriados rocín? ¿Has ´perdido la cabeza Mikolka? Otro le espeta: "No os parece, amigo, que ese caballejo tiene lo menos veinte años? ¡Os llevaré a todos!, grita Mikolka. Hala, ¡subid! Lo haré galopar, os aseguro que lo haré galopar. Empuña el látigo y se dispone, con evidente placer, a fustigar al animalito".

"¡No lo compadezcáis, amigo! ¡Coged cada uno un látigo! ¡Eso, buenos latigazos es lo que necesita esta calamidad!" Los hombres enloquecidos por el vodka gritan y golpean al caballo, pero el animal no logra avanzar por la pesada carga. "Patalea, gime, encorva el lomo bajo la granizada de latigazos" Mikolka grita; ¡Subid! ¡Nos llevará a todos! Yo lo obligaré a fuerza de golpes…! Latigazos! Mientras la multitud que observa el ruin espectáculo les gritan a los malvados hombres embriagados de odio hacia el pobre animal. A Mikolka no le basta que sus amigos le den con látigos y palos, que toma una barra de acero y le "asesta un tremendo golpe al desdichado animal. El caballo se tambalea, se abate, intenta tirar con un último esfuerzo, pero la barra de hierro vuelve a caer pesadamente sobre su espinazo. El animal se desploma como si le hubieran cortado las cuatro patas de un solo tajo. ¡Acabemos con él!, ruge Mikolka, de pie junto a la víctima, no cesa de golpearla con la barra. El animalito alarga el cuello, exhala un profundo resoplido y muere." El descarado Mikolka, al verlo caer al animal, exclama "Se había empeñado en no galopar. ¡Es mío! En ese momento Raskolnikof se despertó sobresaltado y horrorizado. "! Bendito sea Dios! Exclamó. "No ha sido más que un sueño".

Raskolnikof es, según Dostoyevski en su insuperable novela Crimen y Castigo, un joven atormentado por el crimen cometido a la anciana avara y ha despertado delirando por la horrenda pesadilla del caballo atormentado. Pero se ha dado cuenta que solo es una pesadilla. Pero lo que he visto en las calles de Managua y Granada no es un sueño terrible, sino la cotidiana realidad en nuestra provincia empobrecida. Hace pocos días me encontraba en la puerta de mi casa cuando atravesó por la callejuela un carretón jalado por un caballo de apariencia cadavérica. En el vehículo iba un hombre de mediana edad y una mujer obesa, que se aferraba a la silla como un condenado a muerte para no caer en el pavimento y destrozarse el cráneo.

En el rostro de la mujer se le dibujaba el terror. Iba callada y aterrada. En tanto aquel energúmeno soltaba el látigo sobre el lomo de la bestia que se contraía cada vez que el poseído por los espíritus del alcohol repetía el castigo.

Cuando lo ví pasar raudo por mi casa, sentí rabia, pero, sinceramente, me acobardé para reclamarle al exaltado que no maltratara al pobre caballo. Solo en mi mente exclamé una imprecación, que no logró salir de mis labios. La palabrota, que no brotó al exterior, estalló en las paredes de mi cerebro. Pero, afortunadamente, no actué instintivamente, pues soy una persona virtuosamente racional y reflexiva y no me dejo llevar por los impulsos diabólicos que hay ocultos en el interior de los hombres. Pues aquel demente que castigaba cruelmente al jamelgo podría desatar la ira que se reflejaba en su curtido rostro de hombre humillado por la pobreza. Generalmente, esos hombres cargan un machete o un cuchillo. Y un tipo desalmado y aturdido por su predilecta botella de "Joyita" actúa irracionalmente, y solo obedece a sus más perversos instintos. Entonces, ese malnacido, que torturaba a su caballo, habría alzado su machete para ajustar cuenta conmigo. Y la historia hubiese sido otra más fatal y trágica para mí.

Otra historia, pero parecida a la que cuenta Fedor Dostoyevski en su libro Crimen y Castigo observé en la ciudad de Granada. Era una Semana Santa. Veníamos de regreso con nuestra familia del Lago de Cocibolca cuando en la calle estaba una carreta jalada por un caballo que se resistía a continuar la marcha. El pobre animal estaba exhausto, pero el hombre pronunciaba toda clase de improperios contra la bestia. La carreta transportaba a unos diez hombres, todos estaban borrachos. La carga era demasiado para ese pobre animalito, que no tiene ningún día de descanso, pues los obligan a trabajar toda la semana. Los perdularios se me antojaban como los personajes de la novela de Dostoyevski que se lamentaban de no tener otro caballo que golpear, pues el pobre animal había caído exánime al suelo.

Esos sinvergüenzas eran la viva imagen del malvado Mikolka y sus ruines amigos de parranda. El pobre caballo no podía jalar la carreta con los diez hombres que venían del lago de embriagarse como condenados.

Hace poco la televisión presentó unas imágenes de esos hombres de carretones jalados por caballos, compitiendo en las cercanías del lago de Managua. Recuerdo que dos carretones corrían raudamente cuando de repente uno de los caballos cayó al suelo, agotado y golpeado por su torturador que lo laceraba con el látigo para que avanzara más rápido. Esas competencias las hacen todos los fines de semana y en medio del jolgorio del alcohol y la mariguana. Pero las autoridades no toman cartas en el asunto. Nunca he visto a un policía parar a unos de esos carretones jalados por caballos que vienen bajando de la Rotonda Bello Horizonte con un sobrepeso brutal que, muchas veces, el hombre se tiene que bajar del carretón para ir jalando al pobre caballo. Quién no ha sido testigo de la insolencia de esos hombres que maltratan a sus caballos, que, paradójicamente, les da el sustento a él y su familia, incluso sus borracheras. Esa es la gran paradoja de la vida en estos países empobrecidos. Hombres que violan las leyes de la sociedad y la naturaleza. Estamos frente a una sociedad de crímenes sin castigo.

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