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El Malestar de las naciones:
El Racismo

Por Denis García Salinas/ Desde Mi Ventana


El 2014 languidecía cuando ví en la televisión a un policía aplicar una llave de estrangulamiento a un hombre obeso de color. Luego otros tres gendarmes cayeron encima de su cuerpo. Ese abuso policial provocó un sentimiento de rabia e impotencia. No era necesaria tanta violencia ante un hombre subyugado. Todos fuimos testigos de ese asesinato ante las cámaras de televisión. Otra noticia sobre la muerte de otro joven a manos de la policía en Estados Unidos dejó al descubierto las venas del racismo. Esta enfermedad, llamémosla así, tiene raíces profundas que se extienden desde épocas bíblicas. Es el malestar de las naciones. El racismo expandió sus tentáculos con el colonialismo inglés, alemán y español en varias partes del globo. En la virgen América Latina y en Estados Unidos no solo blandieron las espadas, dispararon sus arcabuces y la Cruz, sino trajeron esa opresión llamada racismo. El colonialismo no solo destruyó nuestros sistemas sociales, culturales y políticos, sino que diseminó esa peste en estas tierras. La colonización europea basó su racismo en la ciencia y la biología para justificar la superioridad de los europeos. En suma, la historia, con sus tragedias, ha sido una lucha económica de clases, como la interpretaba Karl Marx, y una lucha natural de razas. Y de ambas guerras, la lucha de las razas, las "superiores" dominan sobre las inferiores, lo que vislumbra otra hecatombe.

El filósofo francés Josepth Arthur de Gobineau, fundador de la filosofía racista con su ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, sostenía que las razas negras y amarillas eran "inferiores". Los sociólogos hurtaron la teoría de Charles Darwin sobre la supervivencia del más apto, para crear el Darwinismo social. Luego Federico Nietzshe proclamó la aniquilación de las "razas degeneradas y débiles". ¡Muerte al débil! "Los débiles y malogrados deben perecer… y además se debe ayudarles a perecer", afirmó Nietzsche como una sombría y repetitiva letanía en la mayoría de sus libros. Un superhombre que ha de reemplazar el puesto que la religión otorga a Dios, arguye. Y desafortunadamente, esa ideología está palpitando. Muchos europeos y estadounidenses se creen superiores a los negros, latinos y judíos. Esta doctrina de la desigualdad de los seres humanos contrasta con la doctrina de la Iglesia Católica de la igualdad de dignidad de todos los seres humanos. Y Nietzsche desprecia por eso a esa iglesia. Esa supremacía de la raza aria nietzscheana inspiró a Hitler a poner en práctica ese pensamiento maquiavélico, que arrastró al matadero a judíos, gitanos y comunistas. El racismo es una muralla moral y psicológica difícil de demoler. El racismo es una estaca clavada en el cerebro del hombre y la mujer. Parece una enfermedad incurable.

El racismo apareció en Europa. Tiene vigorosos vínculos con el chovinismo (exaltación a lo nacional frente al extranjero), la xenofobia (odio, recelo y rechazo al foráneo) y el etnocentrismo (El grupo es el centro de todo y todos los demás son ordenados y evaluados en relación a él"). Es un coctel explosivo de odio insensato, que hoy lo sufren los jugadores de color en los estadios de fútbol en Europa. Grupos derechistas y ultraizquierdas vociferan insultos contra esos jugadores. El defensa azulgrana Daniel Alves, fue víctima de insultos racistas en el estadio del Villarreal. El lateral brasileño, de 30 años, se preparaba para patear el balón desde una esquina cuando un fanático extremista arrojó un plátano (banano) cerca del césped. Sin importarles los gritos de ¡mono! del desquiciado, Alves recogió la fruta, la peló y le dio un mordisco antes de continuar con el juego. Estos racistas son intransigentes que se creen superiores por su cultura y su raza (piel blanca).

Esa maldición llegó a EE.UU con la llegada de los colonialistas ingleses. El racismo ha sido difícil, casi imposible, de extirpar de esa sociedad. Cuando se abolió, teóricamente, la esclavitud, la ideología racista permaneció intacta. Por decreto no se iba a enterrar de la noche a la mañana una mentalidad conservadora. Los presidentes de esa gran nación en ese entonces estaban persuadidos de su superioridad racial. "Estoy convencido de que la actual invasión de mano de obra china […] es perniciosa y debería ser atajada. Nuestra experiencia con las razas más débiles – negros e indios, por ejemplo – es una buena muestra de ello," afirmó el 19º presidente de EE.UU, Rutherford Hayes(1877-1881). Medio siglo después, otro presidente (el 30º) Calvin Coolidge (1923-1929), dejó claro su política: "América debe conservarse americana. Las leyes biológicas demuestran que los nórdicos se deterioran al mezclarse con otras razas". Sin embargo, actualmente las blancas no les importa, adoran a los morenos.

El racismo que despunta actualmente evoca la pesadilla hitleriana. Alfred Rosenberg, defendió la pureza de la raza y Rudolf Hess diría que "El Nacional Socialismo no es otra cosa que la biología aplicada". Y ese determinismo biológico desató uno de los capítulos más triste de la Historia de EE.UU. Entre 1870 y 1970, el sur de EEUU se creó sistema de segregación racial en el que los blancos nórdicos establecieron su supremacía sobre negros e hispanos. Los negros seguían bajo un régimen de esclavitud a pesar que ésta había sido abolida. Los negros nacía esclavos y segregados, es decir, "Separated but Equal" (Separados pero iguales). De esa forma, la segregación era legal, bajo el espejismo que todos los hombres son iguales. Después de la Guerra Civil (1861-1865) los estados del sur redactaron una serie de leyes para discriminar a los hombres de color. Le llamaron periodo de "reconstrucción". En ese entonces, la discriminación y el racismo eran habituales en ciudades como Nueva York, Boston, Detroit y Chicago. Si es verdad que el mundo de hoy es más tolerante (mujeres se casan con morenos, disfrutan del voto y asisten a las universidades de blancos, y Barack Obama llegó a ser presidente, etc) el racismo, paradójicamente, parece ir in crescendo en esas ricas urbes.

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