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El Enigma del suicidio

Por Denis García Salinas/ Desde Mi ventana


* … Siento bullir locos pretextos, que estando aquí ¡de allá me llaman
(Alfonso Cortez)


Nadie puede advertir el suicidio de una persona. Quizás por eso Freud llamaba esa decisión el enigma del suicidio. Cuando un hombre o mujer tiene clavada esa idea del suicidio en su cerebro no hay nada ni nadie que lo impida. No hay fuerza celestial ni humana capaz de convencer a un hombre a no dar ese paso hacia el abismo. En su interior hierve esa idea que, poco a poco, va tomando fuerza como un huracán que todo lo destruye a su paso. La tormenta que se abate en su interior lo hace ser un hombre irracional, que odia continuar viviendo en este mundo contemporáneo, cada vez con claros rasgos neuróticos. Nunca como ahora se han producido tantos innumerables suicidios. En esta época de las masas y las redes sociales, las personas están más desconectadas y aisladas que en otros tiempos de la Historia. Vivimos una vida en perpetua crisis de angustia y desesperación y sin poder solucionar los conflictos internos que bullen en el hombre. El libro "Rasgos neuróticos del mundo contemporáneo" escrito por el siquiatra español, Juan José López Ibor, hace muchísimos años, señala que el malestar de la actual sociedad es la angustia y las enfermedades mentales. "Lo que produce angustia y desesperación en el hombre no son tanto las dificultades de vivir simple, sino las de lograr una vida preñada de significados," escribió.

Hoy por hoy en las sociedades desarrolladas no se sabe quién es normal o anormal. El contacto personal se ha perdido y con ello han surgido hombres apocados, esquizofrénicos y enfermos que oyen voces. En esas grandes urbes viven arrinconados hombres enfermos esperando el momento que su siquis estalle y perpetre los actos más bárbaros. Cuando esos hombres bajan a los abismos de la oscuridad y las sombras de su siquis y no lograr ascender a la realidad, se producen las historias que vemos a diario en los periódicos y la televisión. El malestar de la sociedad actual desarrollada es la neurosis y la paranoia, todas asociadas con asesinatos y crímenes masivos. Esas mentes enloquecidas se alimentan de la más larga soledad del mundo desarrollado. Hace poco ocurrió el crimen más horrendo perpetrado bajo un estado de depresión por el copiloto del avión Andreas Lubitz. Este sufría "el efecto de Lucifer," es decir, cuando una persona tiene la capacidad de comportarse de forma irracional de pasar del bien al mal," según el psicólogo Philip Zimbardo. Esos casos de locura nunca están relacionados a la pobreza. Los pobres siempre han vivido en el dolor y por eso son invulnerables a esas enfermedades de la psiquis. Todo lo contrario, las demencias del hombre se suceden en la cúspide de los capitales o de artistas y profesionales de éxitos. O tenemos aquellos que buscan el fin de sus vidas engordando hasta reventar o las anoréxicas que pierden el apetito y así rechaza vivir en este mundo. En suma se puede asegurar que el hombre moderno está enfermo o convive con lunáticos. Creo que todos tenemos una pizca de esa locura dormida en nuestro interior. El hombre carga esa dinamita en su inconsciente, como Sísifo subiendo, sin éxito, la gran roca a la cima.

Los pueblos galios,celtas, hispanos, vikingos y nórdicos preferían el suicidio que llegar a la vejez o cuando alguien moría. En China, era una forma de mostrar lealtad y en Japón una purificación ante la vergüenza de la derrota; en la India tenía tintes religiosas. En cambio, en África el suicidio era demoníaco. Los africanos evitaban el contacto con los suicidas porque eso era un reflejo de la ira de sus antepasados y era hechicería. Los romanos creían que al suicidarse se liberaba y se crucificaba sus cuerpos y sus cadáveres quedaban insepultos para que los animales los devorasen. En cambio, el filósofo Séneca creía que los suicidas tomaba posesión de sí mismo. Era una forma de liberarse de la esclavitud de las cosas. Para los cristianos, el suicidio transgredía los Mandamientos de Dios. San Agustín lo califica de acto perverso y abominable. En la Edad Media la iglesia Católica penaba el suicidio y éste no recibía los sacramentos religiosos. No se les permitía enterrarlos en los cementerios. A los suicidas se les confiscaba sus bienes y su memoria era difamada. La familia tenía que soportar en silencio tal escarnio. La psicoanalista Rosa López, citando a Emile Durkheim, uno de los fundadores de la sociología moderna, aseguraba que el suicidio era un "hecho social, algo que está fuera del individuo, que existe desde antes y que además tiene un poder coercitivo, ejemplos de estos hechos sociales son las creencias religiosas y las transacciones comerciales."

"El único acto importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos".
Albert Camus

Si examinamos esas culturas pasadas y la comparamos con nuestra sociedad contemporánea las razones o sinrazones no tienen ningún punto de relación. Empezaré con un rockero Kurt Cobain y el escritor Ernest Hemingway. Ambos se destrozaron el cráneo con sendas escopetas. Dos años antes de su muerte, Cobain dio señales de su intención de suicidarse. A pesar que estaba en un pozo de tristeza, abatimiento, irritable, odiaba a los demás y a él mismo, nadie pudo evitar su suicidio." Tampoco, nadie atisbó que el autor de París es una Fiesta planeaba acabar con su vida en 1961. Hace días, el copiloto Andreas Lubitz estrelló el avión de Gernmanwings en los Alpes franceses. Lubitz tenía "tendencias suicidas," según la prensa. Pero nadie hizo nada para impedir que este hombre fuese aceptado en la empresa de aviación con tales antecedentes. Hasta el momento no se ha descubierto ningún mensaje en el que él admita su intención de acabar con las 150 personas. Se dice que él acaba de romper su noviazgo. Podría ser lo que orilló a Lubitz a tomar la terrible decisión de precipitar el avión al vacío sombrío.

Las sociedades desarrolladas están llenas de enfermos, como Lubitz, encerrados en sus conchas y no permiten que nadie se inmiscuya en sus vidas. En cambio en nuestros países nuestra población es como un libro abierto. Y, afortunadamente, las enfermedades psíquicas del Primer Mundo no se ven por estos lares. Allí la sociedad está en estado depresivo y melancólico. Durkheim decía que "no es posible ver un loco en cada suicida," sin embargo se considera válida la tesis de que existe una relación muy estrecha entre el trastorno mental y el suicidio. Allí está Lubitz. O tal vez como diría la psicoanalista Rosa López: el suicidio "no es solo una forma de morir, es una acusación." Pero ¿qué acusación sería la de Lubitz? Solo Dios sabe. Lubitz no hizo caso cuando el piloto le dijo: "Abre la puerta por amor de Dios". Su mente estaba inundada de tinieblas y no vió más el reino de la luz. Él hizo descender el avión hacia Los Alpes. Ahora solo queda recordar sus macabras palabras: Se acordarán de mí. Y, como decía el ruso Antón Chejov en El Pabellón No. 6 "Se debilitó considerablemente su interés por el mundo…le parecía que toda la violencia del mundo se había agolpado tras él y le perseguía…"

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