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¿Prensa para afligir o confortar?

Por Denis García Salinas/Desde Mi  ventana


El periodismo despierta reacciones indistintas. Unas para bien y otras para mal. Sus admiradores elogian su papel como defensor de la libertad del ciudadano ante el poder. Sus detractores no la soportan y quieren acabar con todo vestigio de libertad de expresión o de prensa. Desde su nacimiento sus enemigos no han descansado para limitar o coartar esa libertad, tan preciada por el ciudadano que quiere vivir en democracia. Si bien es cierto el periodismo también se sale de la tangente en la búsqueda de la verdad, su objetivo es promover esa libertad, piedra angular en toda sociedad. Las naciones han aprobado leyes que defienden al ciudadano ante la injuria y la difamación. A propósito quiero traer a colación la frase idílica del tercer presidente de EE.UU, Thomas Jefferson, sobre la libertad, que sigue bullendo en muchas cabezas. El afirmó hace más de 200 años, "si yo tuviera que decidir entre un Gobierno sin prensa y una prensa sin gobierno, yo elegiría una prensa sin gobierno".

Pero sabemos que eso es un desvarío y, sobre todas las cosas, una utopía. Más reciente el periodista Jack Fuller criticaba  el dicho que el periodismo "debe de reconfortar a los afligidos y afligir a los confortables". Esa afirmación no condensa el verdadero papel de la prensa. El periodismo no debe dividir la sociedad en dos pedazos. No se puede totalmente defender a uno y atacar al otro. Pues fácilmente el periodista abusa también de ese poder al tratar de destruir a los "confortables", sin pruebas rotundas que sustenten sus denuncias y acusaciones. También los de "abajo" pueden menoscabar  la ley. Al igual que la ley, el periodismo debe de ser igual para todos. Cuando un periodista toma partido pierde la ruta hacia la verdad o se pierde en el extravío ideológico. De allí sale la metamorfósis de la prensa aduladora.

Tampoco defendiendo ciegamente lo que se ha llamado imparcialidad. Nadie es imparcial. Ese cliché periodístico conduce asimismo a "direcciones extrañas", afirmó el abogado y periodista Jack Fuller. El periodista debe sobre todo ser un hombre prudente a la hora de escribir. No se puede redactar un reportaje, artículo o noticias sin investigar todas las aristas de un hecho. Generalmente, en las sociedades empobrecidas como Nicaragua muchas veces los periodistas escribimos a la ligera sin sopesar nuestras aseveraciones. Desde el nacimiento del periodismo sus enemigos, que los tiene,  lo han querido enterrar. Los políticos, los gobiernos y los artistas, en la mayoría de los casos, detestan  a los periodistas, excepto cuando creen que no están en el reflector de los medios de comunicación. Los detractores quisieran que hubiese leyes que acabaran de una vez por todas con esa tribu de escribidores. Uno de estos días un comediante mexicano se quejaba de la prensa del espectáculo porque él consideraba que el periodista con su nota había dañado la honra de él y su esposa.

Este decía que debía de haber leyes más fuertes para castigar la infamia o la calumnia que comete el reportero. Pues, a su juicio, muchos periodistas escriben una disculpa o pagaban una irrisoria multa y salían del problema. Sin embargo, el daño a la persona no quedaba reparado, alegan. En la vida diaria de un periódico, principalmente, encontramos mesas de redacción noticiosa y mesas de redacción polémica.  La primera tiene como misión informar, buscando sobre todo la fundamental precisión en sus notas. Esa prudencia a la hora de escribir no se advierte en redacciones noticiosas polémicas que hurgan y escarban en lo que ellos creen hay inmundicia, corrupción.

Y eso tiene su efecto en esas conciencias.  Un ejemplo de ello se observa cuando el periodista insiste en colocar en cada noticia que el "presidente inconstitucional" dice esto o lo otro. Ese vocablo debería ser circunscrito a la página editorial o la "página abierta" o de opinión. Un diario así no convence ni persuade. Más bien comete un despropósito. Una auténtica prensa profesional beneficia tanto al periódico como a el gobierno.  Un Presidente se equivoca si solo quiere escuchar una prensa halagadora, que no escarbe ciertas circunstancias sucias. Siempre las hay.  Las gentes del gobierno no son Ángeles. Son hombres comunes, que solo tuvieron la oportunidad de estar en la cima. Ellos siempre estarán tentados por el poder, la codicia y el dinero.

El año pasado el periodista Ben Bradlee, que ya sufría demencia y estaba retirado de la dirección del periódico The Washington Post, recibió la Medalla de la Libertad por su "pasión a la veracidad y su incansable búsqueda de la verdad siguen estableciendo las bases del periodismo". Él y la entonces presidenta del Post, Katharine Graham y los entonces reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, contagiaron a miles de jóvenes de las redacciones de periódicos de contar historias contra el poder y convertir sus periódicos en auténticas catedrales del periodismo. Ellos prácticamente derrocaron a un  presidente (Richard Nixon) sin disparar un bala y sin apoyar a un candidato presidencial en elecciones. Bastó escribir un gran reportaje que empezó con un rumor hasta terminar con la vida del hombre más poderoso de la tierra. Pero ellos necesitaron de William Mark Felt, entonces agente de la FBI, quien reveló a los periodistas el escándalo del Watergate. Él era el denunciante sin rostro, conocido como Deep Throat (Garganta profunda). Él lo reveló hasta en mayo del 2005.

Algunos dicen que en EE.UU no hay libertad de expresión. Que hay poderes terribles ocultos que manejan la vida del ciudadano estadounidense a su antojo. No hay duda que lo hay. Pero cuando se lee la historia del Watergate (Caída del presidente Richard Nixon), uno se pregunta: si la libertad no existe, ¿Qué fue entonces lo qué pasó en Estados Unidos con Nixon? Esta historia es considerada la más grande del siglo. Y desató lo que los periodistas Donald L. Fergunson y JimPatten llamaron "una ola de infatuación de parte de los medios de comunicación por los reportajes investigativos, una ola que continuó virtualmente sin disminución hasta la década de los ochentas". El engreimiento también llegó a América Latina, pero se desvaneció al poco tiempo. Los expertos dicen que no es fácil hacer periodismo investigativo, necesitamos grandes dosis de perseverancia, coraje, prudencia, paciencia y dinero.

El periodista debe estar designado para esa gran obra a tiempo completo para escarbar esa verdad oculta, ser capaz de unir todos los cabos, recoger todas las pruebas pertinentes y no sólo eso, dejar atrás todo sentimentalismo. Buscar varias fuentes, testigos, y documentos. El camino puede llevar al triunfo, a la gloria y también al camino de la perdición. En esa época (1972) del escándalo del Watergate, Nicaragua sufría de una dictadura y era prácticamente imposible con la prensa derrocar a un Presidente, aunque La Prensa del entonces gran periodista Pedro Joaquín Chamorro cobró fama con sus editoriales y los reportajes de sus periodistas que destaparon, en algunos casos, la cloaca de la corrupción de ese sistema.

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