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Las sociedades del crimen

Por Denis García Salinas/ Desde Mi ventana


Al abrir el periódico el lector ya no se mancha de tinta negra, sino de sangre. Todos los días asistimos a esa carnicería irracional. En el desierto de Siria un extremista del Estado Islámico decapita otro extranjero. La orgía de sangre parece no acabar. En ese México Bárbaro, el alcalde de Iguala y su mujer matan y ordenan un secuestro masivo de normalistas y, al parecer, los diluyen los huesos en ácidos. Desaparecen y no hay evidencias del crimen. Ambos están involucrados con un cartel del narcotráfico. En ese país los demonios están sueltos. Lamentable-mente, un país maravilloso convertido en una ciudad del pecado y del crimen. Una frase decía: "México tan cerca de Estados Unidos y tan lejos de Dios". Allí se incubó el odio entre hombres y mujeres. Y cerca de ese país, en una ciudad de Estados Unidos, un joven armado penetra a un colegio, disparando a diestra y siniestra sobre sus compañeros. En nuestro país, otro hombre desquiciado apuñala a su mujer, aumentado la estadística de feminicidios en genocidio. Y un grupo de asesinos matan, a bocajarro, a un cambista de dólares en Managua y en su huida chocan contra un motociclista. Para desgracia del aquél, uno de los asesinos, sin asco, dispara contra el hombre, y lo mata. Otro caso que ha causado escozor en la sociedad es la patada brutal que le dio un joven a un niño de escasos dos años en San Juan del Sur. El muchacho está siendo procesado y la fiscalía pide 3 años de cárcel para el chico malvado, aunque ahora la gente que le conocen dice que es un "buen muchacho".

La violencia siempre ha existido. La Biblia cuenta que Caín mató a su hermano Abel por envidia. Los judíos crucificaron a Jesucristo. En la antigüedad la crucifixión y la hoguera eran los castigos más horrendos que podrían sufrir un hombre o una mujer, acusados de herejía. Todas las épocas han sido crueles. Hitler creó los campos de concentración, donde mataban de hambre a los judíos o los incineraban en masa. Los japoneses violaban mujeres y mataban civiles en China, tras la ocupación de ese país. Lo hicieron también en Corea, ahora dividida. En el 2001, se produjo la gran catástrofe: Un grupo de fanáticos islámicos suicidas se apoderaron de aviones y los estrellaron contra las dos torres de Nueva York, símbolo del capitalismo.

Es difícil señalar cuál época de la historia ha sido más horrenda. Pero cuando uno mira en su entorno no duda en asegurar que vivimos un mundo donde estamos fascinados por la crueldad. La violencia irrumpe en nuestras casas sin pedir permiso. Basta encender el televisor o la computadora para ver el crimen de ficción que se confunde con el real. En los países desarrollados los videojuegos provocan una patológica seducción entre jóvenes y adultos. En Corea del Sur, dice The New York Times, se realiza un campeonato de juegos de videos en el que el premio es de un millón de dólares. Los jugadores compiten con juegos en que los protagonistas esgrimen espadas para matar a un jugador del Star Horn Royal Club. Los expertos aseguran que la violencia se ha vuelto "más gráfica, más sexual y más sádica". Estamos frente a una experiencia donde cierta gente siente, una extraña, "pasión por la brutalidad". El cine ofrece diversas formas de crueldad. Desde la cinta Masacre en Texas, una cápsula violentísima y terrorífica, hasta la gran batalla épica del cine de ficción, los espectadores se disgustan cuando una película carece de esos ingredientes: Brutalidad, asesinato, cuerpos descuartizados, masacres, hachazos, disparos y matanzas en cada segmento de la historia. A esto se ha agregado las sin sentido destrozos de cráneos de la serie de zombis.

Hasta los noticieros de radios y televisión saben que la violencia atrae a oyentes y televidentes. Las grandes audiencias atraen a los anunciantes, los que mantienen los grandes canales. Y a estos se han sumado los sitios web, tan llenos de imágenes crueles y sedientes de violencia. Sicólogos, sociólogos, periodistas, historiadores, antropólogos y economistas explican sus orígenes. Unos aseguran que las personas oprimidas, discriminadas o marginadas social y económicamente matan o comete una matanza. O asesinan en nombre de una religión. La Biblia afirma: "Donde hay celos y espíritu de contradicción, allí hay desorden y toda cosa vil". Los hombres, generalmente, matan, por celo, a sus esposas, compañeras o ex esposas.

Los sistemas judiciales en el globo son criticados también de ser responsables de ese aumento de la violencia. "Por cuanto la sentencia contra una obra mala no se ha ejecutado velozmente, por eso el corazón de los hijos de los hombres ha quedado plenamente resuelto en ellos a hacer lo malo", según una frase bíblica. Cuántos hombres y mujeres en su interior han sentido deseos de venganzas cuando un delincuente mata a un familiar o un amigo. Muchas personas sienten que ese Poder judicial no satisface con sus sentencias de diez años a un asesino. Después estos malhechores salen libres al cabo de seis años. La gente de a pie, en muchas partes del mundo, señala al poder judicial de incapacidad, ineptitud y, lo peor de todo, de corrupción. Esos poderes judiciales son acusados de promover directa o indirectamente esa violencia. Pero no todo es negativos muchos poderes judiciales tratan de enmendar esos problemas.

Qué hacer ante tanta violencia que nos rodea y nos amenaza la paz? Será posible aprender a ser pacífico? La revista ¡Despertad! Asegura que la "principal raíz se encuentra en nuestro interior? La publicación señala que Jesucristo, víctima de esa violencia y crueldad al ser crucificado, dijo:"De adentro, del corazón de los hombres, proceden razonamientos perjudiciales; Fornicaciones, hurtos, asesinatos, adulterios, codicias, actos de iniquidad, engaño, conducta relajada, ojo envidioso, blasfemia, altanería, irracionalidad". Y agrega la misma publicación "El hábito de mirar, escuchar o pensar cosas indebidas alimenta las malas inclinaciones". La película Naranja Mecánica toca el tema cómo detener los actos de violencia en el hombre. La historia de esta cinta ambientada en Londres de la década del setenta, trata de la vida de cuatro jóvenes vagos, liderados por Alex. Después irrumpen en una mansión y Din, uno de los amigos, golpea con un pene de porcelana de gran tamaño a la mujer, Alex discute con Dim por su acción. Este lo golpea y lo deja inconsciente. Llega la Policía y lo condenan a 14 años de prisión. Pero sale al cabo de dos años, tras someterse a una terapia experimental de aversión desarrollado por el Gobierno, llamada Ludovico, para extirpar la violencia. El está amarrado y sus ojos sujetos por canchos para no cerrarlos ante una pantalla gigante que trasmite imágenes crueles. Cuando él regresa a Londres comprende de que el mal no está en él, sino en la sociedad.

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