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Humillados y ofendidos

Por Denis García Salinas / Desde Mi Ventana


La guerra en Nicaragua acabó en 1990.

En la víspera hubo los Acuerdos de Paz de Esquipulas y luego vinieron las elecciones que dieron un vuelco dramático al poder ungido en la revolución de 1979. Después estalló la cruenta guerra y a la par brotó la hiperinflación que debilitó el córdoba hasta extenuarlo frente al dólar estadounidense y arruinar el país al extremo que se conoció la extrema pobreza.  Han transcurrido quince años desde que Daniel Ortega perdió el poder frente a doña Violeta viuda de Chamorro, aupada por una coalición variopinta llamada la UNO (Unión Nacional Opositora). En ese lapso en el país se han sucedido, para bien o para mal, varios gobiernos (Violeta Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños hasta llegar a Daniel Ortega, que detenta actualmente el poder).  En esos primeros gobiernos se produjeron disturbios y choques callejeros, como era de esperarse en un país salido de una guerra y un cambio de régimen. Todo cambio lleva consigo, primero, desconcierto; luego, poco a poco, la sociedad va asimilando las transformaciones y el nuevo espíritu del Gobierno.

El país ha llegado a 2014, su macroeconomía ha mejorado, según empresarios y economistas.  Aunque los politólogos coinciden en asegurar que varias asignaturas están pendientes: La pobreza y el desempleo. En cuanto a la política, las instituciones sufren los problemas de una imberbe democracia: Hay desconfianza y descrédito. A pesar de esas incomodidades, el BID y el Banco Mundial han alabado la gestión gubernamental y aplauden el derrotero que ha seguido el Presidente Daniel Ortega. El COSEP, antiguo enemigo del sandinismo, valora también positivamente esa gestión de Ortega.  Aunque de vez en cuando critica ciertos deslices políticos y económico del Gobierno, el COSEP está satisfecho cómo van las cosas en Nicaragua. Incluso fue uno de los primeros en condenar el acto criminal del sábado pasado.  Todos coinciden en que ahora en el país se respira aires frescos de paz y tranquilidad. Incluso el anuncio de la construcción del Gran Canal Interoceánico ha despertado los apetitos empresariales y no disimulan su interés en ser socios del Gobierno en esa mega obra.  Hasta la Iglesia Católica modificó su discurso y se muestra más moderada, aunque unos cuantos obispos se salen de la tangente episcopal para arremeter contra las autoridades.

No obstante, esta Iglesia no es la misma de la década del ochenta ni el Gobierno se comporta ásperamente con los políticos con sotanas, como ocurría cuando obispos eran expulsados del país y otros arrastrados a las calles en paños menores en lugares donde no se estudiaba la Biblia sino cosas más terrenales.

Vivimos una imperfecta democracia y una situación difícil en términos económicos. La sociedad ya no está fragmentada por el odio ideológico. Pero hay grupos, principalmente los disidentes sandinistas, que culpan a Ortega de no gobernar para todos porque tiene una "visión partidaria, sectaria y estrecha".  La empobrecida clase media y los de abajo sienten que la vida se ha endurecido. El salario, congelado desde los 90, no alcanza para adquirir la canasta básica, estimada en casi trece mil córdobas. Los de arriba nunca saben ni sienten el drama de los de abajo. A pesar de esas atribulaciones, las fronteras y el campo respiran paz, la detonación  de los disparos se alejó del suelo patrio. No hay grupos rearmados que intenten derrocar al Gobierno ni existen conspiraciones de partidos políticos  ni mucho menos países financiando, entrenando y armando a grupos rebeldes, como sucedió en la década del ochenta. Sin embargo, ha crecido la violencia contra las mujeres, que prácticamente se ha convertido en un genocidio.

Esa paz fue ahorcada en días pasados cuando asesinos, dispararon contra dos buses que transportaban sandinistas. El saldo fue de cinco muertos y 19 heridos. El Gobierno de EEUU, que una vez apoyó, financió y entrenó a los antiguos "Contras", no dudó en condenar  los "ataques violentos" contra personas civiles. En su comunicado, EEUU dice que continúa apoyando una Nicaragua "segura, libre y democrática".  De esta manera con ese pronunciamiento el gobierno de Obama revalida al Presidente Daniel Ortega y rechaza, a la vez, a esos grupos de bandoleros que pretenden aparentar que son grupos rearmados que luchan por la democracia.  Obama tiene mayores preocupaciones en Siria, Israel, Egipto y Croacia que abrir otro frente rebelde en las fronteras nicaragüenses. EEUU certifica que el Gobierno va por buen camino y espera que no se desvíe de esa senda, aunque su Presidente insista en una "Nicaragua próspera, socialista y cristiana". EEUU ve hechos, nada más. Nicaragua ha recibido condolencias y solidaridad de la comunidad internacional, dejando así al desnudo a esos grupos de bandoleros, que son también repudiados unánimemente por todos los sectores del país. Ahora los países vecinos son amigos de Nicaragua. Allí no tendrán cuarteles como ocurrió en el pasado.

Entretanto, el Presidente Daniel Ortega, que medita bien las palabras antes de expresar un juicio, ha sorprendido a moros y cristianos cuando habló tras los sucesos del sábado. En esos momentos trágicos el ser humano reacciona enojado e impulsado por la ira justa. Pero, afortunadamente, Ortegas actuó calmadamente. Ya no es aquel joven comandante y líder impulsivo y apasionado de la revolución, que desafiaba al Gran Imperio. Actualmente, Ortega, como un cristiano practicante, ha optado por buscar una solución por la vía de los órganos de justicia. Aunque, como él muy bien dijo que esa tragedia "nos indigna", no nos debe "llenar de odio y rencor" para desatar una persecución implacable contra esos asesinos. "Que sea la fuerza del amor, del pueblo de Nicaragua, que siga creciendo y que vaya aplastando la fuerza del odio, que todavía está latente" en grupos reducidos.  A pesar que este es un momento aciago, Ortega ha demostrado que tiene un compromiso adquirido a finales de la década de los 80 de buscar el camino de la paz y la reconciliación. Y, por lo visto, Ortega no ha roto su juramento."Hoy más que nunca nuestro compromiso es con la fuerza de la paz y el amor," subrayó un Ortega engrandecido ante la tragedia.  Pero así como ha actuado el Presidente Ortega en este drama, él no debería de permitir que "cabezas calientes" de su partido no empañen su obra, vapuleando a reducidos grupos de manifestantes frente al CSE y destruyendo la cámara del camarógrafo del Canal 12, que cubrían la protesta, permitida por nuestra Constitución Política. Esas actuaciones en vez de favorecer al Gobierno, despierta antipatías del resto de la sociedad que se molesta que grupos impidan a otros a manifestase libremente. La guerra terminó en el 90 y ahora la política debe de estar encima de la violencia.

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