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Libros publicados por Jorge Eduardo Arellano

Presentación

Jorge Eduardo Arellano es uno de los intelectuales más prolíficos que tiene Nicaragua. Una enjundiosa bibliografía sustenta su extraordinario trabajo crítico e investigativo de la historia y la cultura nicaragüense. Su nombre es una cita necesaria cuando se estudia y se investiga el arte y las letras nacionales. A él le debemos el primer Panorama de la literatura nicaragüense (1966). Los dos tomos del Diccionario de autores nicaragüenses (1994), el tomo de Diccionario de autores centroamericanos (2009), la Antología general de la poesía nicaragüense (1994), una de la más completa editada en Nicaragua, que reúne 500 textos poéticos y el Inventario teatral de Nicaragua (1989), que es el mayor estudio teatral publicado en nuestro país.

En la actualidad dirige dos importantes revistas, Lengua de la Academia Nicaragüense de la Lengua, de la cual es también su director y del Boletín Nicaragüense de Bibliografía y Documentación, editado por el Banco Central de Nicaragua. Estudioso apasionado de la vida y obra de Rubén Darío, del cual tiene numerosos artículos, ensayos y libros, bagaje que le permitió escribir la mejor tesis para graduados hispanoamericanos en España (1986), y el convocado por Estados Americanos en 1988, con motivo del Centenario de Azul. Es además, un lúcido historiador de lugares y épocas, específicamente de las ciudades de León y Granada, así como de diferentes personajes históricos, fundamentalmente la figura de Sandino; por lo tanto, Jorge Eduardo Arellano ha creado todo un corpus crítico e investigativo en torno a las dos emblemáticas figuras de la identidad nacional: Darío y Sandino.

Textos de Jorge Eduardo Arellano

Variante del génesis

En verdad, en verdad os digo: Eva no se comió la manzana. Se tragó la serpiente.

La sirena del lago
(Versión de Cifar, el navegante)
(Tributo a PAC)

No tuve que hundir mi lancha de vela hasta el fondo oscuro y fangoso del lago para cazar una sirena. Como Ulises, no me tapé los oídos con cera para poder escuchar claramente su canto. Fue ella la que, cautivada por mis canciones, vino hasta mí y me desató del mástil. Aquí la tengo rendida a mis pies, con su cola en el agua impulsando mi lancha. Pero ninguno de mis seis marineros la advierte. Sólo yo gozo de este privilegio.

EL ARCO IRIS DE SEPTIEMBRE

Recuerdo que uno de los estudiantes que luchaban
en el pequeño ejército de Sandino, me decía: yo
no soy un ignorante, como puede pensarse de la
mayor parte de los soldados, y he visto, como
otros, pasarse al ángulo de un arco iris doble
sobre la cabeza del Jefe. Algo extraordinario

Con estos mismísimos ojos que se los tragará la tierra y se los comerán los gusanos, lo vi. Se lo juro, porque después que cuento esto me dicen que estoy deschavetado, que invento la historia de puro cariño que le profeso al susodicho. Pero la pura verdad es que lo vi aquella tarde de septiembre al general, antes que comenzara a llover, caminando nerviosamente, dándose fuetazos en la parte trasera de la pantorrilla, cuando se aparece el arco iris brillantísimo, frente a su persona y él ¿sabe lo que hizo? Alzó el brazo izquierdo y fue extendiéndolo lentamente y el arco iris se acercaba y reducía; entonces alzó el otro brazo y tomando las puntas del arco iris ya chiquito, muy chiquitito, lo partió en dos tucos. Uno lo lanzó al cielo con el brazo derecho, al lugar donde había estado y volvió a brillar como antes. Y el otro tuco, que era la parte izquierda, se lo metió dentro de su camisa. Junto al corazón.

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