¿Ahora ya sabés?
-Creo que cerca del único edificio grande que quedó después del terremoto...
El holandés estaba acostumbrado a usar libro de mapas y localizador digital para dar con el sitio buscado. Si deseaba encontrar una calle ubicaba el nombre en un índice, se iba a la página correspondiente y ahí estaba el código geográfico. Pan comido. Por eso le resultó tan difícil comprender la incompresible anarquía de la capital nicaragüense, sobre todo cuando en el camino le salían los "donde fue".
Como él, muchos, muchísimos otros "cheles" que visitan Managua tienen la sensación de estar dentro de un inmenso juego donde en cada nivel la meta es descifrar códigos para entender direcciones. Algunos se impresionan tanto que al partir escriben crónicas de lo que vivieron y las titulan, claro, Wherethestreetshave no name. Varias pueden localizarse en internet.
Pero no solo los extranjeros pasan por eso. También los nicaragüenses que han estado toda su vida en los departamentos y que por alguna razón deben migrar hacia la capital.
La primera vez que Francis González, joven diriambina, viajó a Managua con su abuelito le informó que se bajarían en la parada de El Chilamate. El anciano hizo alrededor de cinco intentos de desabordar el microbús. Hasta que, cansado de tanto desengaño, le reclamó a su nieta: ¡Y no dijiste que nos bajábamos en el chilamate!
No es que solo en Managua se produzca el fenómeno de los puntos de referencia. En las otras ciudades y pueblos de Nicaragua también hay direcciones originales, por ejemplo: las Siete Esquinas, el Parque de los Monos, donde el Chino, donde las tajaderas o de la iglesia, una cuadra arriba. Lo que sucede es que en la capital la desorientación es más evidente, "por ser una ciudad mal diseñada y anárquica", señala Bayardo Cuadra.
"Nunca entendí por qué Managua es así. La solución (para orientarse) es tan fácil como pegarle un rótulo a una calle y darle un nombre", reflexiona StefBiemans. En Europa -analiza- el carro te va diciendo dé vuelta, siga recto y perdés la percepción geográfica. Aquí (en Nicaragua) necesitás todos tus sentidos para cuidar que no se te cruce un perro, que nadie te golpee... Te hace sentir vivo.
Y eso es bueno, después de todo -dice Biemans-. Y es pintoresco, porque da una buena razón para hacer plática con un perfecto desconocido: "Hey, amigo, ando buscando el Arbolito, ¿usted sabe dónde queda?"