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Jueves 04 de Julio del 2011 Edición No.5024
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VIAJANDO CON EMIGDIO SUAREZ
Joaquín Absalón Pastora
Antes del 19 de Julio del 79, Miami era balneario y emporio de lujo de la clase predestinada. Los ricos traducían la cosecha en plata para oficiar en los templos del placer. Ahora ir a Miami se ha convertido en rutina para no pocos nicaragüenses. Las circunstancias lo obligan a uno a usar ese puerto como un destino geográfico común. Lo visitamos porque los afectos familiares se fueron allá.

En uno de esos viajes de regreso lo primero que uno busca es el aeropuerto, en el "gate" (puerta de salida) es al compatriota para charlar sobre las conquistas de perfume natal. Uno de los vistos en el turno de la espera fue Emigdio Suárez Sobalvarro. Un abrazo, y la pregunta de rigor: como estás y cómo está Nicaragua. "Deberíamos ocupar asientos juntos en el avión para la parla, pero permitime decirte: yo ya estoy con un pié en el vuelo que va a la otra vida. Estoy en la "recta final" y vine a Miami -

probablemente- por última vez". Respondió. (Año 1994).  Emigdio tenía que hacerse periódicamente un tratamiento de extracción de agua que retenía por razones de su enfermedad. Entregaba las dosis sobrecargadas y retornaba despejado. Hablaba con estupenda serenidad y la convicción de estar seguro de su futuro. En tiempos recordados anduvimos en las tertulias de la bohemia manoseando los secretos de la media noche al lado de Danilo Aguirre Solís y Ricardo Trejos Maldonado.  No era un discípulo colosal del Dios de las cañas. Más excéntrico conversador que profuso bebedor.


Aquel día del fortuito encuentro finalmente coincidimos en la misma hilera de asientos del avión en la primera fila y no de primera clase. Aún alcanzábamos él con su abdomen puntiagudo que evidenciaba el tipo de afección y yo con mis ineludibles trescientas libras de peso. Cuando creíamos que nadie se iba a sentar ahí para ir un poco más cómodos, nos asombró la solicitud de ocupar su sitio al lado, un pasajero impresentido: Manuel Ignacio Lacayo, mucho más corpulento que los dos. Nos causó extrañeza que un empresario de su calibre no viajase en clase ejecutiva. Luego del saludo proverbial, la cualidad facilitó la campechanía, más recurrida cuando uno va en los brazos del aire.

Lo curioso es que tres gordos con tal manufactura de libras cupiesen en esos pequeños asientos. Fluían las palabras entre codazo y codazo. Cuanto sumábamos en peso? Seguramente mil libras. Cada uno con su tema en el vuelo directo de un poco más de dos horas. Lacayo decía que venía del internado de una clínica, especializada en hacer reducciones dramáticas de la obesidad. Traía unas cincuenta libras menos. Contaba todos los detalles de su exilio dietético. Emigdio evadía los temas relacionados con la salud y argumentaba sobre la situación económica del País y la posibilidad de conseguir un anuncio de la Coca Cola o de cualquier otro adyacente liquido para su "Bolsa de Noticias".

Cada vez que pasaba la atónita azafata ofrecía los manjares cuando era bueno el menú del aire. Las pupilas revoloteaban de alegría cuando veían el piso del carrito lleno de finos licores. Ni Lacayo -consumidor en ese momento de cocas dietéticas- ni Emigdio podían hacerle frente a las ofertas alcohólicas, circunstancia que era beneficiosa para tomar yo las dosis que ellos evitaban.

Ya al llegar a Nicaragua la turbulencia disminuyó los tonos de la euforia.

Bandadas de nubes coléricas rondaban la cintura del aparato. Pensábamos con la presunción del yo temeroso que el peso concentrado de los tres gordos en una sola fila podía complicar las cosas. Ingenuo fatalismo.

Al poner los pies en nuestra fronda de pinol, Emigdio me preguntó por mi hermano Orion Elpidio, seguro de calcular que ambos estaban cerca de liar los bártulos para el final. Me propuso decirle a Orion que si este se iba primero, él se comprometía a decirle el discurso de despedida y si ocurría lo contrario que Orion lo hiciera por él. Cumplióse el trato. La oración le correspondió a Orión porque Emigdio se fue primero. Así lo dispuso el destino.