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Desde mi Ventana

El obeso en su laberinto


Por Denis García Salinas
Desde Mi ventana


Todos los días me levanto con la buena intención de reanudar el ejercicio físico, que hace largo tiempo lo dejé de practicar. Dos días seguido ensayé un poco de calistenia. Hice diez lagartijas, luego corrí en un mismo lugar en el piso, pero sin sudar. Después practiqué algunas sentadillas, pero, inmediatamente, renuncié a continuar. De esa forma atroz me engaño en creer que he empezado a ejercitarme para poder verme en el espejo como antes solía hacerlo. Mi cuerpo ya no es un templo, como solían decir los griegos; lo he convertido en un asentamiento. Eché a mi estómago toda clase de desperdicio de comida chatarra y otros alimentos grasosos.


La mala dieta, la falta de ejercicios, el exceso de Coca Cola o Pepsi y, de vez en cuando, una fría cerveza, me han destruido. Tengo el vientre abultado por la "rueda viciosa" de la dieta hipócrita. Me frustro de momento, y luego lo intento de nuevo, pero sin éxito. Mi talla de cintura saltó de 34 a 38. Siempre que miro mi abdomen me obliga a repensar mi vida. ¿Qué he hecho? Maldije mi proceder y mi debilidad por no salir de ese círculo vicioso. Por el momento, estoy condenado a hundirme en uno de los círculos (la gula) del pozo dantesco de la Divina Comedia.


De mis amigos solo uno de ellos hace el sacrificio de trotar alrededor de la rotonda La Virgen por espacio de una hora. El, ha sabido valorar su vida, se levanta en la madrugada todos los días para caminar. Otro amigo, que está en sobrepeso, renunció al sacrificio de despertarse con el alba. Prefiere continuar con su peligroso hábito de comer sin importarle los triglicéridos, la diabetes y exponerse a un eventual infarto.


Otro que era muy delgado cuando le conocí en la redacción de un diario no hace ejercicio, pero su alta estatura y su genética le han ayudado a soportar unas cuantas libras de grasa alojada en su antiguo esquelético cuerpo. Sin embargo, esas libras demás le cayeron bien. Quizás amigo lector Ud., no padece esta nueva enfermedad de gordura extrema, tan esparcida en EE.UU., donde una legión de hombres y mujeres, incluidos niños y niñas, sufre de ese mal hábito de devorar hamburguesas, pizzas y chuletas de cerdo azadas y papas fritas. Y a ese menú se agrega el veneno mortal de la Coca Cola y la Pepsi. Y para rematar nuestra suerte la fría cerveza.


En ese país del norte existen más hombres y mujeres gordas que en Europa, Asia y América Latina. Muchos estadounidenses han muerto por ese exceso de libras encima del cuerpo. Sus Índice de Masa Corporal (IMC) traspasaron el límite permitido. Recientemente, un hombre murió en un quirófano cuando los médicos pretendían operarlos para salvarlo de su extrema gordura. La prensa publicó también la historia de un hombre obeso que no podía salir de su apartamento porque no podía pasar por la puerta.


Los bomberos abrieron la pared a hachazo para extraerlo y trasladarlo al hospital. En muchos hogares de ese país la obesidad pareciera ser una herencia maldita. Ninguno quieren hacer ejercicios ni dietas ni muchos menos ayunos como hizo Jesucristo, o los judíos y los musulmanes en el día de El Ramadán. El ayuno no existe en el lenguaje de esas personas. Hacen caso omiso de las enseñanzas bíblicas.


Sin embargo, hay también historias positivas como la que vivió un hombre llamado Joe, conductor de camiones allá en Estados Unidos.


La suerte del camionero cambió cuando conoció a una persona que le expresó que él tenía una oportunidad para ser feliz, jugar con sus hijos y ser un hombre común y normal. El vestía camisas cinco veces extralarge. Su cuerpo era excesivamente voluminoso, que ya no podía ir a la playa,a pesar que había ganado competencias en ese deportes, no podía salir a una fiesta. Estaba en un laberinto.


El confesó que cuando se bañaba no podía ver sus pies ni enjugarse partes ocultas de su cuerpo. Su extrema obesidad le impedía agacharse. Aquella persona le recomendó alimentarse con jugos de frutas y vegetales, apartando las hamburguesas, las pizzas y los pollos fritos con las papas. El pobre aceptó la oferta y empezó a caminar y luego a correr mientras su cuerpo perdía libras de grasas. La dieta y el ejercicio lo salvaron. En ese documental, presenta al hombre cuando pesaba más de 300 kilos. Poco a poco la vida de aquel infeliz comenzó a cambiar.


Al final del documental aquel hombre no era ni la sombra de aquella criatura extremadamente obesa. Ahora pesaba 200 libras. Esta es una historia feliz, pero la mayoría no quiere imitarla. En efecto, en Texas vive un hombre llamado Juan Pedro, un mexicano de 32 años, que desde hace seis años no se ha podido mover de su cama por su enorme masa corporal. El pesa 1,100 libras. Pero él accedió someterse a un tratamiento para combatir su obesidad. La misma suerte vivió Manuel Uribe, que pesa 560 kilos. El murió sin ganar el Guinnes World Records del hombre más gordo del mundo.


Pero muchos se preguntan por qué una persona llega a acumular en su cuerpo tal cantidad de grasa. Todavía la mayoría de personas ignoran que la obesidad es la quinta causa de muertes en el mundo. La obesidad es el exceso de grasa causado por la ingestión de más calorías que la que puede utilizar el cuerpo. Estas calorías son almacenadas en forma de grasa. En Nicaragua, sin necesidad de recurrir a un estudio estadístico, se observan cada vez más personas obesas que en el pasado. Más niños y niñas gorditas. Los médicos aseguran que los elementos que contribuyen a la obesidad son la genética y la cultura.


Pero creo que últimamente es la cultura alimenticia la que nos precipita a ese despeñadero. Los pobres y la clase media son los más afectados de ese epidemia. Unos por la genética, la herencia, y otros, los más, por su desorden alimentario. A decir verdad, nuestros hábitos alimentarios nos están convirtiendo en una sociedad obesa. Basta mirar lo que comemos en nuestros hogares para saber el final que nos espera. Los desayunos, almuerzos y cenas son pantagruélicos.

 

Continuará
Por eso vemos en la calle hombres y mujeres jóvenes mostrando sus vientres abultados. (Después de los 25
años se empieza a ganar libras de más). Después del matrimonio el hombre y la mujer empiezan también una espiral de engordamiento. Hasta las mujeres a los 30 años se les observa su barriguita. El país no tiene ninguna política para educar a los niños y niñas con buenos hábitos alimentarios y enseñarles a comer más frutas, vegetales y pescados. Nos atiborramos de carne, pollo y cerdo, plátanos y maduros fritos. Los desayunos abundan en gallo pinto, huevos y jamones con pan y mantequilla. No buscamos comidas nutritivas. Nos encanta la grasa. Allí está nuestra perdición. Ignoramos las leyes del buen yantar. No nos importa la glucosa, que nos puede llevar a ser diabéticos, la presión arterial, el nivel alto de colesterol y los triglicéridos en la sangre. No tenemos la costumbre de visitar al médico para que nos revise y nos diga cuando parar esa frenética y desordenada viva de alimentarnos. Enfrentamos una serie de enfermedades: problemas óseos y articulares, cálculos biliares y problemas del hígado y algunos tipos de cáncer. Y lo peor un sorpresivo infarto y los accidentes cerebro vasculares. Pero esto tiene solución: Controlar esos factores de riesgo, cambiando nuestro estilo de vida, alejándonos, de las sopas de mondongo, res, vigorón, chacho con yuga, baho, indio viejo, enchiladas, pupusas, pan, huevo en exceso, beicon, tocino, pizza, hamburguesas, las gaseosas, etcétera. Tu temple no puede seguir siendo un asentamiento.


Por Denis García Salinas

 

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