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DE RIDLEY SCOTT Y OTROS ALIENS

Ridley Scott tiene en su haber cinematográfico dos películas de culto: Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), amadas por dos generación y que crearon hitos en el cine de ciencia ficción;  llevando el terror absoluto al espacio sideral o poniendo de manifiesto la metafísica implantada en los androides, un traspaso accidental de parte de nuestra alma. En este caso, los guionistas utilizaron con precisión el famoso adagio del maestro Luis Buñuel: “El cine es misterio”. Además, incorporaron aspectos metafísicos, androides filósofos preocupados por la inmortalidad, desde  el film de 1979, hasta este de 2017, en la nave Covenant.

 

 

—Misterio y poesía—

Quise ver Alien: Covenant, sin prejuicios, subí los escalones buscando mi fila y me senté como un niño inocente frente a su primer espectáculo. A medida que transcurría la historia, me quedaba la sensación de que la introducción o primeros 30 minutos, no encajaban con el resto del film.  La nave va con su tripulación y dos mil humanos en crío preservación a colonizar Origae-6, un planeta lejano y en su camino se encuentra con una señal proveniente de uno más cercano, lo que lleva al capitán a cambiar de rumbo y dirigirse a él. Cuando llegan, nos vamos dando cuenta de una serie de hechos y personajes que no nos presentaron al comienzo.

 

Nos debieron contar, desde el principio, que hace algún tiempo, una doctora de nombre Elizabeth Shaw se había perdido en el espacio acompañada de un androide llamado David, al escapar de la destrucción de su nave madre. Aunque fuese una secuela del film Prometheus (2012).  Entonces, hubiésemos sido enterados de todos los personajes de la historia que íbamos a ver. Esa premisa se cumple perfectamente en el primer Alien, en que los siete pasajeros van a encontrase con el octavo. Nos advierten desde el nombre mismo del film.

 

Hay que subrayar el hecho de que la misión que cumplen los androides es la de encontrar y proteger a un ente biológico de cualidades de supervivencia superiores a lo conocido. ¡La búsqueda, de alguna manera, de la inmortalidad!  Serán secuencias memorables la de Ellen Ripley platicando con la cabeza ya cortada del androide, en que este le informa que no van a poder librarse del alien, porque es indestructible y que no posee ninguna clase de sentimientos que le impidan matarlos a todos; como el monólogo final del androide/replicante, antes de “morir”, bajo la intensa lluvia, en Blade Runner, regalo de Andrei Tarkovsky  y la lección de flauta que le da David a Walter, en este film de 2017.

 

La  creación de inteligencia artificial está cuestionada en esta cinta pues comparte honores con el delirio del Tercer Reich, de una raza  superior, por eso el film termina con el androide David, ya en control absoluto de la situación, caminando en medio del pasillo de la nave a depositar el indestructible embrión  xenomorfo en criogénesis,  mientras escuchamos a Wagner, el amado de Adolfo, a todo volumen, realzando el momento del sarcástico homenaje a la “raza aria”. No recuerdo bien si leí en la pantalla The end  o ¡Welcome to Auschwitz!z

 

 

 

 

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