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Lo que te diré cuando te vuelva a ver

 

Ese título de este artículo lo tomé prestado de un libro escrito por el español Alberto Espinosa, convertido en una de las obras más vendidas de España. Espinosa se mostró ante la televisión española como un hombre jovial y con la sonrisa siempre dibujada en su rostro.  Él es una persona que ha logrado vencer las desgracias que nos asaltan en la vida diaria.

 

A los catorce años perdió la pierna izquierda en un accidente, pero ese infortunio, no lo transformó en un infeliz. Todo lo contrario, aunque parezca paradójico, le dio más fuerza para seguir luchando en esta vida breve.

 

“No soy cojo, soy cojonudo”

 

El título del libro citado surgió cuando él llegó al hospital a ver a su padre moribundo. El médico le dijo que se despidiera de su progenitor con algunas palabras.

 

El apenas balbució la frase: “Lo que te diré cuando te vuelva a ver”. Ayer en la mañana vi al escritor en una entrevista concedida a un programa español  “Amigas y conocidas”.

 

Es un hombre gracioso y sabe caer bien por su forma sencilla y su valoración por la vida. Es uno de esos casos raros de la vida contemporánea, sacudida por guerras, violaciones, secuestros,  y asaltos en las calles.

 

Yo, sinceramente, quisiera tener una milésima de optimismo que derrocha Alberto Espinosa con su libro que es una salutación al optimismo. La tragedia no lo puso de hinojos. Cuando perdió su pierna, dijo con gran empeño: “No soy cojo, soy cojonudo”, mientras sonreía.

Yo sé que hay algunas personas con una portentosa fortaleza mental y ese optimismo que arrebata. Como aquel joven que nació sin sus dos piernas y un brazo, pero eso no lo condenó a rumiar su desgracia y encerrarse en su cuarto o dedicarse a pedir limosna.

 

Ese joven más bien aprendió lucha libre e incluso apareció en un capítulo de las películas de zombies. La verdad es que cuando la fatalidad toca nuestras puertas, el mundo, para la mayoría, se nos derrumba en pedazos, en un santiamén.

 

Unos, los más, se entregan a Dios; otros se dedican al licor; otros se encierran en su mundo solitario y sombrío; y los peores no soportan la vida, y se vuelan los sesos con un revólver o se cuelgan con una manta en su alcoba. Unos los llaman cobardes. Así es la vida ingrata para unos.

 

Cuando me tocó vivir esa angustia de la pérdida de un ser querido, me pregunté por qué a mí me tuvo que pasar eso. Pero la vida nos depara muchas sorpresas como aquella familia en que el padre y sus cuatro hijos murieron en un accidente de tránsito.  Esa tragedia nadie la quiere vivir.

 

Pero la frase del escritor, “Lo que te diré cuando te vuelva a ver”, me hizo reflexionar justamente cuando hoy (jueves) mi hijo Denis Andrea cumple cuatro años de haber muerto a la edad de 23 años.

 

“Lo que te diré cuando te vuelva a ver”

 

Miré al Cielo y no encontré respuesta a mi pregunta por qué. Me vuelvo incrédulo cuando escucho a los creyentes, afirmar con una fe demoledora, su esperanza en la resurrección de Jesucristo, a pesar que han transcurrido varios siglos y Él no ha vuelto.

 

Sin embargo, la frase del escritor español “Lo que te diré cuando te vuelva a ver”, me hizo reflexionar y dejar, por un momento,  atrás mi agnosticismo provinciano, que se diferencia del ateísmo militante.

 

Todas las afirmaciones religiosas y metafísicas son desconocidas o inherentemente incognoscibles, según el  biólogo británico Thomas Henry Huxley que acuñó la palabra agnóstico en 1869.

 

No obstante, me ha gustado esa frase “Lo que te diré cuando te vuelva a ver”. No sé por qué esa sencilla frase me ha calado hondo en el pensamiento.

 

De inmediato, me hizo recordar a mi madre María Luisa Salinas, quien fue madre y padre a la vez. Mi padre murió, a la edad de 33 años,  en un accidente automovilístico cuando venía de Honduras con tres amigos.

 

A mi padre apenas lo disfruté con sus consejos, regaños y amor que me dio cuando tenía apenas nueve años. Mi madre ocupó ese gran vacío por un larguísimo tiempo cuando las mujeres vestían de luto y respetaban la ausencia del marido. Me dije qué le diría a mi madre cuando la vuelva a ver.

 

Quizás la palabra que, de inmediato, se me viene a la memoria: ¡Qué falta me haces! Recordar cuando salíamos a las playas y a los restaurantes a disfrutar en familia, o cuando regresaba al país de un viaje  del extranjero, con todos los regalos. Y, sobre todo, le diría, qué tanto me hace faltan tus consejos.

 

Pero también qué grandioso sería hablar con mi hijo Denis Andrea. Retomar conversaciones interrumpidas, abrazarlo y saludarlo en algún sitio donde solía ir con sus amigos.

 

Hoy mi hijo cumiche cumpliría 27 años. Verlo frente  a su computadora largas horas... Hablaríamos, para recuperar el tiempo perdido que los padres e hijos  desperdician ya sea por el trabajo o por la diversión con los amigos de profesión, particularmente, los poetas.

 

Qué le diría a Denis Andrea cuando lo vuelva a ver? Quizás aprovechar cada instante de la vida breve y disfrutarla, conversando o bebiendo un café en casa. Todos juntos como antaño.

 

Mi esposa, mis hijos, mi madre y hasta mi abuelita Saba... Convertir esa plática entre padre e hijo en un “placer delicioso”, que nos invada el alma, como decía el escritor francés Marcel Proust en su libro “Por el camino de Swann, En busca del tiempo perdido”.

 

Sí, buscar ese tiempo perdido, que ya no regresa, pero que este escritor español me ha hecho feliz un instante para recordar a mi madre y mi hijo y decirles, cuando los vuelva a ver,  cuánto los quiero y los añoro, aunque ambos están siempre conmigo.

 

Por Denis García Salinas/ Desde Mi ventana

 

 

 

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