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El pozo de la soledad

 

Denis García Salinas

 

La soledad es un campo en la que se refugian los artistas para crear sus obras maestras. Victor Hugo necesitó el silencio y la soledad para escribir su portentosa obra Los Miserables. El colombiano Gabriel García Márquez, después de salir de las redacciones de los periódicos, se encerraba en su cuarto con su máquina mecánica de escribir para crear, una a una, las páginas del libro que lo llevó a la inmortalidad: Cien años de soledad. El aislamiento tiene también su faceta oscura y mortal. En efecto, el psicólogo estadounidense de la Universidad de Chicago John Cacioppo aseguraba que el "sentimiento de soledad extrema puede aumentar en un 14% las probabilidades de muerte prematura de las personas mayores". En la entrevista Conversando con la periodista María Elsa Suárez, la sicóloga Jeaine Lasso, que citó a Cacioppo, afirmaba que "la tercera edad es una etapa muy triste para algunas personas" porque aumenta las probabilidades de muerte para las personas mayores. Cuando los hijos dejan en un asilo a sus padres, como, generalmente, sucede en las grandes urbes, los hombres y mujeres de la tercera edad empiezan a experimentar un vacío, un abandono de sus familiares que los lleva, poco a poco, a un precipicio. Al anciano no le quedan opciones.

 

La sicóloga Lasso decía a nuestra directora de Bolsa de Noticias que muchos ancianos carecen de compañía, afecto y apoyo; y ella lo atribuye a la falta de relaciones sociales. En Nicaragua, son pocos los hijos que dejan a sus padres en un asilo como, comúnmente, ocurre en Estados Unidos, donde la vida vertiginosa obliga a los hijos viajar largas distancias para llegar a su trabajo o ellos pasan más tiempo en las oficinas que en sus casas. Muchos fallecen al poco tiempo de dejar sus lugares de trabajo. Pero esto no es una regla dogmática. Conozco un anciano que pasó los 90 años y viven con sus hijos. Es un hombre sin literatura y poca instrucción. Pero dicen que es un anciano saludable, excepto que ya no escucha bien. Tienen que hablarle en voz alta. El transcurre su vida sin ton ni son; es una vela que espera  que su llama se consuma lentamente. 

 

Cuando terminé de leer La Metamorfosis de Franz Kafka, hace largos años, esa historia de Gregorio Samsa que se despierta una mañana sobresaltado de un sueño, convertido en un "repugnante bicho", me caló tan hondo en mi alma como aquellos compañeros que se arrastraron, sin pensar, ante Marx como el Dios de los católicos y evangélicos o Alá de los musulmanes. Yo, un joven a la sazón sin religión y supersticiones, escruté el cielo sin encontrar nada, más que estrellas y satélites; fui más proclive a la influencia de los existencialistas, que de los "marxistas". En cambio, La Metamorfosis era un canto fúnebre a la soledad. El concepto grecolatino dice: "Voy a la soledad, para encontrarme a mí mismo". En estos tiempos nadie se preocupa por estar solo, excepto los locos y los anacoretas.

 

Nadie se atreve a sumergirse en ese pozo llamado soledad. El gran escritor ruso Dostoeviski, que se anticipó a Freud, para bucear en el interior del yo, en el inconsciente; en su individualismo, penetró lo que llamó los pozos sucios de su personalidad. A la mayoría no les importa; otros, no tienen tiempo para hundirse en esa fosa y vivi seccionar su personalidad. Los políticos son los más fríos, indiferentes y tampoco se preocupan por otear, siquiera una hora, el horizonte y perseguir estrellas. Hay mucha egolatría e indiferencia ante el dolor, para sumergirse en su "yo". Más ahora que los chicos y adultos están sumergidos en la internet. Hace muchos años no había celulares. La civilización tecnológica aún no nos había convertidos en estúpidos, metiendo idioteces en el facebook o escribiendo mensaje en twitter como el presidente Donald Trump que gobierna, desde las redes sociales, a sus 78 años de edad. Desde allí ordena los ataques con misiles a Siria y amenaza  al dictador de Corea del Norte. Hoy se acabó el asalto a la imaginación.

 

Dicen que la soledad es un estado de la mente, un tiempo para dedicarnos a meditar. El escritor ruso Antón Chejov afirmaba que "la auténtica felicidad es impensable sin la soledad". Por eso sostenía que "el ángel caído engañó a Dios, posiblemente porque quiso estar solo, soledad que no conocen los ángeles..." Pero otros aseguran que es un espacio atiborrado de problemas que te pueden llevar al precipicio de la muerte. Hermann Hesse aseguraba que esa salida (del suicidio) es "vergonzante e ilegal, que en el fondo, es más noble y más bello dejarse vencer y sucumbir por la vida misma que por la propia mano".

 

Esa soledad voluntaria es forzosa y egoísta. Los suicidas, los asesinos, y los enfermos enclaustrados que hablan consigo mismo, cosa que no hacemos los llamados normales, crecen en esa enrarecida atmósfera. Desde su encierro bajo barrotes, el poeta  Alfonso Cortéz escribió su gran poema Ventana. " ... Un viento de espíritus pasa muy lejos, desde mi ventana, dando un aire en que despedaza su carne una angelical diana. Y en la alegría de los gestos, ebrios de azur, que se derraman... siento bullir locos pretextos, que estando aquí ¡de allá me llaman!"

 

La soledad, ese rincón maldito para unos, o ese estado que te atrapa en una guerra interior, llenan de nostalgia, angustia, pena y dolor. Ese extraño aislamiento se produce, irónicamente, en esas sociedades modernas, desarrolladas y superpobladas. En esos edificios verticales de apartamentos en que nadie puede hacer ruidos que perturben al vecino, se vive, prácticamente, en silencio ante el perpetuo temor que el vecino llame a la policía. Siempre aterrados. En nuestros países empobrecidos, no conocemos, en la cantidad,  esas náuseas, psicosis, neurosis, esquizofrenia, como en los países ricos. En esas urbes han surgidos los hombres solos, angustiados y paranoicos dispuestos a blandir un arma y salir disparando en un supermercado, una escuela o en un metro. No es necesario leer un periódico, para comprender que estamos en una extraña y sicótica guerra. Muchos no soportan la soledad. Les aterra, como Harry Haller, el personaje del Lobo estepario, que decía que no podía aguantar la soledad, "ya que la compañía de mí mismo se me había vuelto tan indeciblemente odiada y me producía asco, ya que el vacío de mi infierno me ahogaba dando vueltas."

 

 

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