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OPINIÓN

Con el corazón partío

 

 

Trescientos años de coloniaje pesan más que mil elecciones. Las cadenas ideológicas son más pesadas que las de acero, porque son invisibles. En la colonia -donde estaba instituido que el ser blanco y europeo otorgaba derechos y superioridad sobre los aborígenes- ser indígena era siempre ser menos; era corriente no tener derechos, avergonzarse de los apellidos vernáculos, del color de la piel, del lugar de nacimiento, de los idiomas ancestrales.

 

Ciertos dirigentes de la oposición afirman a grito pelado que Ecuador es un país polarizado, que estamos divididos, rotos por un gobierno que ha venido a confrontar unos contra otros. Es de cínicos afirmarlo porque Ecuador ha sido desde su nacimiento un país dividido entre una élite privilegiada usufructuaria del poder, que ha vivido encerrada en una burbuja social desconociendo los derechos de los otros, versus un pueblo al que le faltaba todo, que solo sentía la descarga de los azotes económicos con la regularidad de las lluvias de invierno. Esta supuesta división está alentada por medios nacionales y extranjeros, basta leer la prensa internacional para descubrir qué es lo que buscan: destruir, confundir, desintegrar, movilizar, deslegitimar; en una estrategia, por repetida, burda. Mientras unos cuantos plañideros reclaman que tenemos “el corazón partío”, la gran mayoría de ecuatorianos estamos trabajando desde el cuartel de las oficinas y las fábricas, produciendo y creando futuro.

 

 

La prueba del descalabro es ver en dónde se manifiestan los partidarios de CREO: en las calles exclusivas de barrios residenciales, como Samborondón, Plaza Lago, Puerto Azul, y no en la Prosperina, la Florida y otros barrios populares en donde vive el grueso de la población en Guayaquil. La imagen es rica en significados. No estamos divididos, nos quieren dividir. No hay tal polarización, lo único que hay es pretender cambiar un Estado por el cual las empleadas domésticas, los negros, los indios, los montuvios, los más vulnerables de Ecuador eran sometidos al escarnio de las injusticias, al imperio del paquetazo, al peso del salvataje de los banqueros y la sucretización de sus vidas. Lo que ha hecho el gobierno de la Revolución Ciudadana ha sido visibilizar un estado de injusticia.  Los países que han avanzado lo han hecho precisamente legislando y gobernando para los más pobres, haciendo que todos paguen sus impuestos de acuerdo al axioma universal del que más tiene es el que más paga. Así de sencillo.

 

Es ilustrativo recordar ciertas declaraciones públicas que acusaban a los otros de “muertos de hambre”. Esa es la mentalidad que debemos cambiar. Si queremos un Ecuador para todos y que no prevalezca la discriminación y la inequidad, debemos empezar con un examen de conciencia nacional, que desarrolle nuestro reconocimiento y respeto del otro, seamos blancos o negros, tengamos o no abolengo, gocemos o no de capital bancario.

 

Nadie es culpable de tener inoculado este virus que nos enferma con abominables complejos. Pero sí somos responsables de curarnos de ellos, de hacer consciencia, de comprometernos como maestros, periodistas, servidores públicos, políticos; de liberarnos de estos estigmas y ayudar a liberar a otros. Miles de años duró la esclavitud y sus defensores argumentaban que era por derecho divino; sin embargo, la humanidad se liberó.

 

“¿Quién me va a curar el corazón partío?”, se pregunta Alejandro Sanz. Quizá los únicos que podamos curar nuestro ‘corazón partío’ seamos nosotros mismos, desde la palabra, la justicia, la educación y la consciencia. (O)

 

 

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